lunes, 29 de diciembre de 2008

El Clima

Y la ciencia no exacta detrás de él.

Pocas veces en la historia del mundo (sí, quizás esté exagerando un poco) se ha equivocado tanto y tantas veces el pronóstico del tiempo como en los últimos veinte días.

No sé Ustedes, pero soy un enfermito de fijarme a cada rato las actualizaciones del clima de la página del Servicio Meteorológico Nacional. No interesa si tengo algún plan o no que se pueda ver afectado por lluvia, sol, granizo, vientos fuertes, torbellinos, huracanes, ceniza volcánica, etc., etc. Miro el pronóstico con la misma fe con la cual leo el horóscopo todos los domingos. Pocas veces les creo, pero ante la duda prefiero saber si van a caer sapos del cielo o qué secretos guardan los astros para la semana que comienza.

Todos sabemos que pronosticar el tiempo no es nada fácil. Científicos con aparatos complejos estudian los movimientos de los vientos, las nubes, las masas de aire frio o cálido que se aproximan y transitan en nuestro gran cielo argentino. Cálculos matemáticos más complejos que los aparatos, ábacos informatizados que pueden sacar la raíz cuadrada hasta de un gallego. Impresionante.

Hace poco, se pronosticó casi casi el diluvio universal. Después de algunos meses de sequía, los dibujos animados de la página del SMN mostraban sólo nubes con rayos, gotitas de lluvia cayendo por doquier. Se advertían vientos fuertes del sud-este, rotando hacia el sud-oeste y la posibilidad de granizo.

No sé si habrán notado que, hasta hace no mucho tiempo el granizo casi ni existía o importaba muy poco. Pero, ¿qué pasó que ahora es tan importante? Algunos años atrás, cayó granizo del tamaño de Júpiter y nosotros, pobres ciudadanos desprevenidos, sufrimos las consecuencias no sólo en la carne, sino en la chapa de nuestros autos que circulaban o estaban estacionados a la intemperie. Después de este desafortunado acontecimiento, millones de personas comenzaron a enviar cartas y hacer manifestaciones, preguntando por qué el Servicio Meteorológino Nacional no les había avisado que semejante tragedia iba a ocurrir. A partir de ese día, se agregó la línea “probabilidad de granizo” en el pronóstico de todos los días, en todas las ciudades del país, inclusive aquellas en las cuales la posibilidad de que caiga granizo es tan alta como que Maradona vuelva a la selección (¡Ah!, ¿ya volvió?).

Estaba rogando que lloviera. El pasto estaba amarillo; mis azaleas estaban deprimidas por demás (esto es: hojitas cabizbajas, ramitas en forma de “U” invertida y una mirada triste, tristísima). “¿Riego? ¡No! Si hoy llueve y mañana también. Si llueve pasado mañana, será mejor que vacíe la pileta, la pinte y la lluvia todo poderosa se encargará de llenarla”, pensé. A medida que avanzaba el día previo al de la supuesta lluvia, el cielo se había tornado gris, empezaron a soplar ráfagas de viento. Hacia la noche de ese mismo día, no se veía una estrella. Estaba todo listo y me fui a dormir tranquilo, con una sonrisa en la cara pensando que por lo que decía el pronóstico, por las condiciones meteorológicas y porque veía a las hormigas corriendo de un lado al otro enloquecidas, al día siguiente, la bendición de la lluvia caería sobre mi mini desierto de naturaleza en terapia intensiva y muchas ganas de vivir.

La mañana siguiente me desperté a las seis. Puse el agua para los mates con cara de dormido y, como suricato saliendo de su madriguera, corrí las cortinas despacio. Los pájaros cantaban contentos. Me los imaginaba con una barra de jabón en un ala, pasándosela por debajo de la otra, dándose la ducha de su vida. Imaginaba una bandada de garzas chiflonas hurgando el suelo en busca de bichitos, dándose un festín digno de reyes. Imaginé hasta una ballena –que había llegado quién sabe cómo– sentada en los escalones de la pileta, pidiendo algún pescado, como si fuera un perro esperando su ración de comida matinal.

Cuando pude ver hacia afuera, todo se mantenía igual. Las azaleas me miraban como preguntándome “¿Y el agua, macho?”. Pensé que ya había llovido, por lo cual salí a comprobarlo. El pasto, como en un acto de protesta, se había retirado casi por completo, dejando a la vista un cacho de tierra mugrienta y seca; era una escena de pueblo fantasma del far west, pero sin el cardo que pasaba rodando…espero dos minutos y…pasó el cardo, mientras que las puertas del Saloon se movían en vaivén por el viento, que no había cesado. El cielo estaba límpido y celeste. Temperatura: 27ºC. Humedad: 25%. Y eran sólo las seis y cuarto de la mañana.

Volví adentro y me fijé de nuevo en la página del Servicio Meteorológico Nacional. ¡Eran todos soles para los próximos cinco días, ni granizo anunciado había! ¡Alguien se había robado mi lluvia!
Resignado, busqué la manguera y me puse a regar. También aprovechando el sol, lavé el auto. Después de cuatro horas de arduo trabajo, ya tenía casi todo el parque regado, el auto lavado, limpié los vidrios, todo hecho una pinturita.
Entré dos minutos para calentar más agua para más mate. Escuché unos ruidos raros afuera, a los cuales no les presté demasiada atención. El viento se había tornado intenso; podría decirse que era un viento “enojado”. ¿Con quién? No lo supe. Se notaba que había menos luz. Yo seguía en mi postura de no prestarle atención: “¡Clima, te estoy ignorando!” Quizás Godzilla se había parado justo en frente del sol y estaba haciendo sombra en mi ventana. Quién sabe.
Empecé a escuchar ruido a golpes - ramas que caían sobre el techo. Después empecé a escuchar ruido similar al de la lluvia. Miro hacia afuera y… ¡estaba lloviendo! De golpe –como generalmente sucede– el ruido se hizo más fuerte y más contundente, ¡era granizo del tamaño de Saturno, en estado completamente sólido, con sus respectivos anillos incluídos!

Vuelvo a fijarme el pronóstico: día 1: lluvia. Día 2: lluvia. Día 3: lluvia. Día 4: lluvia, granizo, sapos, jirafas y vientos huracanados. Pero, ¿qué es esto? ¿El INDEC? Imaginaba a los pronosticadores desesperados en su salita minutos antes, corriendo de un lado al otro con los ábacos y algún otro de sus elementos sofisticados y complejos en cuyas pantallas se leía: “Error fatal en el módulo 3746329, comuníquese con soporte técnico. Código de error Número: 6238x8223ooo923778236/4.34”. Mientras, el operador encargado de actualizar la página, gritaba en pánico: “¿Dónde están los dibujos de la lluvia? Robertooooooo, ¿dónde los metiste? ¡Decime rápido porque si no subo la foto de tu mujer, que la tengo más a mano!”.

Mientras esperaba que una grúa sacara un “granizo” del techo del auto y me fumaba un cigarrillo, pensaba qué lección podría sacar de esta experiencia. Me acordé de mi amigo Martín, que se había quebrado una de sus piernas algunos años atrás. Me acordé de un viaje a Córdoba en el cual le empezó a doler su hueso maltrecho y de su “Va a llover, me duele el hueso”. Obviamente, como al pronóstico, como al horóscopo y como al INDEC, no le creí. A la media hora se largó un chaparrón que nos hizo imposible continuar manejando.
Entonces, por más que haya muchos años de ciencia y de tecnología en la predicción del tiempo, mejor le pregunto a mi amigo Martín si le duele el hueso de su pierna. La tecnología puede fallar, los huesos rotos…no. Quizás le rompa la otra pierna, para saber si con esta nueva quebradura pueda decirme si cae granizo o no.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La " Onda"

Navegando en la marea de los estereotipos y los prejuicios.

Creo que en mi columna anterior, quedó claro que no “ondeo” y que nunca “ondeé” (o sea, nunca estuve en la desconocida, desfigurada y fabricada artificialmente “onda”). No sé lo que es tener onda. Me resulta algo tan amplio y tan vago que, después de varios intentos de “ondear”, desistí. Lo que está de “onda” no me gusta cómo me queda. Aunque siempre rescato algo de alguna “onda”, soy un rejunte de “ondas” distintas, dependiendo de la épocas, dependiendo de la ocasión y dependiendo…de la disponibilidad del guardarropas – otro recurso no renovable.

Comprar ropa me resulta engorroso y molesto, mucho más cuando los vendedores/as que me asisten (o deberían hacerlo) me dicen: “¡Ah! Eso te queda bárbaro” y me sobran veinte centímetros adelante de mis patas del ruedo del jean, la cintura me sobra por donde lo mires y el tiro del mismo está debajo de mis rodillas. Bolsillos en lugares extraños y poco prácticos, el del Zippo (ése chiquito que está del lado derecho, como en el borde del bolsillo “normal”) muy chico, etc., etc. “Se usa así” me dicen. Y, la verdad, es que a mí no me importa cómo se usen los Jeans. “¿No tenés un jean normal, flaco? De corte cuadrado, como yo. Gracias.”. La otra cosa son los talles: pido un jean talle 32-32. “No, ese talle no se fabrica”, a lo que respondo: “Ah, ¿no? ¿Y éste que tengo puesto?” Grillos por doquier y la cara atónita del vendedor, que ya fantasea con la idea de que el jean que tengo puesto me lo “alcanzó” un extraterrestre al cerro Uritorco.

Sin embargo estas vicisitudes menores en mi vida sin “onda” no son nada comparado con lo que me pasó el viernes pasado.

Hacía ya un mes que le había puesto el ojo a una cajera de una reconocida cadena de supermercados francesa (Pierre). Las veces que me la había cruzado en la caja, siempre había una cola interminable detrás de mí, con lo cual, no había margen para el diálogo (hay que tener en cuenta el instinto asesino que despierta - a los que están detrás nuestro - el exceso de tiempo entre el último “beep”, el “chriiiin chriiin” de cuando se imprime el ticket y la partida).
La cuestión es que este viernes fui al súper. Antes de entrar al salón de ventas, corroboré que mi cajera superstar estuviera en algún lado. La vi, entré y agarré algunas cosas que no necesariamente tenía que comprar. Raudamente me dirigí a la caja con la precisión de un misil sidewinder en plena guerra del golfo.

Mientras me acercaba a la caja en línea recta desde el fondo del salón, noto la presencia de un factor inesperado en mi gran plan de ataque. Un boy-scout estaba detrás de ella, esperando ansioso poder embolsar las compras del próximo cliente y recibir alguna contribución. “Santos boy-scouts” hubiera dicho Robin, yo me limité a profesar algunos epítetos poco amables al fundador del grupo y la maldita hora en la cual se les ocurrió comenzar con la práctica de “Te embolso las compras y nos das una moneda”.

Llego a la caja. “Hola Elizabeth, ¿cómo estás?”. “¡Ay, sabés mi nombre!”, me dijo con una sonrisa. (¡Beep! Mis tres productos hacían cantar a la maquinita). “¡Por supuesto! Es más, tenía ganas de invitarte a tomar algo hoy o mañana, si podés/querés, como para saber algo más que tu nombre. Sé que estas laburando y no te quiero molestar, pero no me queda otra”. Riéndose alegremente me pregunta si es en serio lo que le digo, a lo cual le respondo afirmativamente. Se sigue riendo (mucho) y me cuenta que la semana siguiente cumple 5 años de novia, que es una novia fiel, etc., etc. “Si nunca te preguntaba, nunca lo iba a saber”, le dije.

Ella seguía riéndose, cosa que ya era extraña. Le pregunto por qué tanta risa. Me mira y me dice: “No, es que….en realidad pensé que eras gay. Disculpáme que sea tan directa”. Después de que superé (en unos 3 nano segundos) el hecho, empecé a reírme a carcajadas. El boy-scout, al que ni miré en todo este tiempo, también se reía. Le pregunto por qué semejante sospecha recaía sobre mi pequeña y no “ondeada” persona y me dice: ”es que sos tan amable”. Me reí de nuevo. Lo miré al boy-scout y mientras sacaba de mi bolsillo normal de mi jean normal unas monedas le digo: “Flaco, hoy te hiciste el día, ¿eh? Primero, porque te estoy poniendo dos monedas de cincuenta centavos en la cajita y, segundo, te pudiste reír a carcajadas con el papelonazo que me acabo de comer”. Palmadita en la espalda del scout y me fui. Todos contentos.

Se me ocurrió pensar en cuántas mujeres que me conocen (un poco) pensarán “¡No, pero si es gay!”. Ante este acontecimiento, no es que vaya a realizar algún cambio radical en mi vida, en mi vestimenta, en mi forma de proceder, pero sí voy a hacerme hacer una remera que en el frente diga “No soy gay…” y en la parte de atrás: “…solamente soy amable”.

sábado, 8 de noviembre de 2008

What Light

Intérprete: Wilco
Letra: http://www.bemydemon.org/songs/light.htm

If you feel like singing a song / Si te sentís como para cantar una canción
And you want other people to sing along / y querés que la gente cante con vos
Just sing what you feel / Sólo cantá lo que sentís
Don’t let anyone say it’s wrong / No dejes que nadie diga que está mal

And if you’re trying to paint a picture / Si estás tratando de pintar un cuadro
But you’re not sure which colors belong / Pero no estás seguro de sus colores
Just paint what you see / Sólo pintá lo que ves
Don’t let anyone say it’s wrong / No dejes que nadie diga que está mal

And if you’re strung out like a kite / Y si estás colgado como un barrilete
Or stung awake in the night / O si estás irritado y despierto en la noche
It’s alright to be frightened / Está bien tener miedo

When there’s a light (what light) / Cuando hay una luz (que luz?)
There’s a light (one light) / Hay una luz (qué luz?)
There’s a light (white light) / Hay una luz (qué luz?)
Inside of you / Dentro tuyo

If you think you might need somebody / Si pensás que precisarías de alguien
To pick you up when you drag / Para levantarte cuando estés deprimido
Don’t loose sight of yourself / No te pierdas de vista
Don’t let anyone change your bag / No dejes que nadie cambie tu bolso
And if the whole world’s singing your songs / Y si todo el mundo está cantando tus canciones
And all of your paintings have been hung / Y todos tus cuadros hayan sido colgados
Just remember what was yours is everyone’s from now on / Sólo recordá que lo que era tuyo es de todos de ahora en más

And that’s not wrong or right / Y eso no está bien o mal
But you can struggle with it all you like / Pero podés pelearlo todo lo que quieras
You'll only get uptight / Solamente te tensionarás
Because there’s a light (what light) / Porque hay una luz (que luz?)
There’s a light (one light) / Hay una luz (una luz)
There’s a light (white light) / Hay una luz (blanca luz)
There’s a light (what light) / Hay una luz (que luz?)
There’s a light (one light) / Hay una luz (una luz)
There’s a light (white light) / Hay una luz (blanca luz)
There’s a light (what light) / Hay una luz (que luz?)
There’s a light (one light) / Hay una luz (una luz)
There’s a light (white light) / Hay una luz (blanca luz)
There’s a light (what light) / Hay una luz (que luz?)
There’s a light (one light) / Hay una luz (una luz)
There’s a light (white light) / Hay una luz (blanca luz)
Inside of you / Dentro tuyo

lunes, 27 de octubre de 2008

Eso

Esta es una historia de caballería sin caballos, sin armaduras, sin caballeros puros ni doncellas con su dignidad intacta. No hay castillos, ni ejércitos contra los cuales enfrentarse.

La batalla se lleva adelante en el interior. No de un espacio de algún país, sino, adentro mío. Tenía contenida esta sensación, este fuego, esta imparable y perturbadora cosa. La tenía controlada. La guardaba en una botella de vidrio grueso. Desde afuera se veía el contenido, pero sólo se veía – en definitiva, soy humano. Habitaban en mi muchas otras cosas, que fluían de un lado al otro y en todas direcciones, pero eran varias cosas, muchas…muchísimas, podría decirse. Había música, había libros, había fotografías, había recuerdos, había pensamientos, había ideas, había sentimientos.

Llegaste con tu martillo, rompiste la botella y lo que guardaba empezó a desparramarse. Al principio Eso se mantenía relativamente en calma. Solamente se desparramaba un poco en ciertos momentos y ante determinados estímulos. Y ahí quedaba. Podría decir que estaba acostumbrado a ocupar ése, su lugar. La música, los libros, los diarios, los pensamientos, habitantes ya permanentes – pensé – cada uno de su espacio, seguían ahí, imperturbables, inamovibles. A medida que fue pasando el tiempo Eso empezó a fluir, de a poco ocupando espacios que ocuparon otras.

Hoy, dos semanas después de “quiero tenerte ahora”, Eso lo abarca todo. Ocupó – como generalmente pasa con todo Eso no consumado– absolutamente todos los espacios, cada rincón, cada célula, cada fibra de mi cuerpo y cada segundo de mis pensamientos. Me gustaría escapar de Eso, volver a meterlo en su botella gruesa, pero no puedo. Quiero evitar Eso y, sin embargo, está. Ayer a la noche me despertó e impidió que pueda volver a dormirme.

Mientras cavilaba fumándome un cigarrillo y caminando sin parar, me di cuenta que no tengo que escaparme, ni esconderme de Eso. No tiene sentido tampoco intentar combatirlo, es una batalla perdida. Lo único que puedo hacer para volver a mi normalidad, a poner cada cosa en su lugar es hacer lo que Eso me pide a gritos. Eso tiene tu cara, Eso tiene tu cuerpo…Eso es lo que quiero.

domingo, 19 de octubre de 2008

Antropología urbana

Emos, Floggers, Rappers, Blancanieves y los siete enanitos

Se me dice que vivo en un tupper. No tengo tele, sintonizo radio AM y la música que escucho es en relación a búsquedas en la Web de bandas similares a las que ya escucho. No soy un tipo “de la noche”. Mis salidas son contadas y a barcitos, restaurantes, con amigos. Hace bastante tiempo atrás dejé “las pistas”, nunca fui muy fanático del boliche; el solo hecho de tener que esperar hasta las 2 o 3 de la madrugada para salir no me causa demasiada gracia. A esas horas o estoy durmiendo o estoy “ocupado” en otros menesteres – despierto, pero con insomnio.
Cada tanto, por esa cuestión de que – aunque no lo crean – formo parte de este menjunje desordenado & ruidoso llamado “sociedad”, veo algo de TV y salgo – por un tiempo– de las cuatro paredes en las cuales me encuentro ahora.

Hace algún tiempo atrás, cuando iba a algún shopping o a comprar alguna baratija por ahí, noté ciertos personajes que antes no existían – o por lo menos yo nunca los había visto.
Ropa mayormente negra, ojos maquillados con delineador, un mechón de pelo tapándoles la mitad de la jeta y una expresión de tristeza en todo el cuerpo (desde la expresión en sus caras, hasta la manera en la cual se paran). Parecían un grupo de Playmobils tristes. “¿Se volvió a juntar The Cure?” – me pregunté.

Caminando, me cruzo con otro grupito. El peinado era más o menos parecido, pero un poco más largo y más batido o revuelto. Ropa de colores. Anteojos de sol – a pesar del cielo negro que anticipaba la tormenta del siglo. Cámaras digitales en mano, sacándose fotos entre ellos en distintas poses. Por lo menos había algunas sonrisas. Mmmm… “Alguno escuchará Poison?”

Las sorpresas no terminan ahí. Más adelante me encuentro con otro grupo, quizás más conocido o más identificable para mí. Toda su ropa es ancha, extra large; cadenas de pseudo-oro con medallas que le llegan hasta el ombligo, una gorra con la visera chanfleada hacia un costado. Aguzo la mirada y noto que, ¡se le caen los pantalones! ¡Flaco, se te ve medio trasero! ¡Y, para colmo de males, tenés un agujero en el calzón! Elemental, mi querido Watson: cómo no se les va a ver el trasero si los pantalones son 40 talles más grandes y no tienen cinturón. Además, esa manera de caminar… ¿formarán parte de un grupo de chicos con problemas motrices? Hablan del ghetto, mueven mucho las manos cuando hablan, ponen los dedos de una manera muy rara. A estos chicos definitivamente les pasa algo…o vinieron directamente de los suburbios de Los Angeles y están intentando adaptarse - con poco éxito. Son rappers, pero… ¿estoy en Buenos Aires, no?

Otro día fuera del tupper, prendo la tele – esa fuente inagotable de sabiduría – y ahí los veo, a todos juntos. ¡Ah! ¡Ahora sí! Son Emos, Floggers, Rappers, Cumbios, etc. Cada uno explicando – en un reconocido programa de TV conducido por una mujer que se niega a envejecer – las características de cada una de sus “tribus”.

Wow. Habla un sociólogo. Está explicando todo. Esto debe ser algo importante, trascendental a la evolución de la sociedad. Lo escucho atento. A medida que avanza en su explicación empiezo a notar ciertas similitudes en las características de estas personas con mi ser de hace un tiempo atrás. Interesante. Ahá. Y me surgen las siguientes preguntas, más relacionadas con las personalidades de estas personas: “¿Fui yo un Emo adelantado? ¿Fui un Hippie postergado en el tiempo? ¿Fui un Flogger que carecía de internet y cámara digital?”. La respuesta me golpeó como a un insecto el parabrisas de un auto en la ruta: ¡No! ¡Fui adolescente!

Desde el mi tupper, me despido con la expectativa de saber qué otra tendencia “nueva” se inventará para los próximos 10 años.

domingo, 12 de octubre de 2008

Saborear la vida

A veces la vida te regala momentos dentro de otros momentos, como las muñecas rusas. A veces son amargos con resabios de dulzura y otras al revés. Ahora es uno de esos momentos. Estando acá, siento que estoy en otro lugar o en otra circunstancia distinta a la cual me encuentro. Siento la soledad, pero no es esa soledad que abruma, que castiga, que se sufre. Se me ocurrió pensar que, a pesar de todo (incluso del sentido común) y de alguna manera, estoy saboreando la soledad. La siento; siento todo aquello que me falta, que no tengo y que deseo. Sin embargo, en este sentir, en esta bebida que degusto y desintegro en sensaciones, ideas, pensamientos y sentimientos, se entremezclan sensaciones, ideas, pensamientos y sentimientos totalmente opuestos.

Quizás esté solo y me sienta solo. Pero exactamente en la misma medida en la cual estoy solo y me siento solo, me acompaña cada sonrisa recibida, cada beso, cada te quiero dado y recibido, cada abrazo, cada caricia, cada palabra y gesto gentiles que he escuchado y recibido. Sé que la vida no es color de rosa. No todo es lindo, ni hermoso, ni romántico, ni feliz. Pero quizás el secreto esté en aprender a saborear de la misma forma las cosas buenas y las malas, las lindas y las feas.

Si muriera mañana o pasado, o el año que viene, moriría feliz. Me llevaría conmigo todos estos tesoros que guardo en mi memoria. No es que quiera conformarme con lo que soy y lo que tengo hasta aquí, pero me parece importante sentirse verdaderamente satisfechos con lo que somos y tenemos hasta ahora. Cuando dudamos, cuando titubeamos respecto al paso que vamos a dar, cuando algo nos paraliza, no necesariamente debemos echarnos atrás. A veces ese miedo que nos paraliza es lo que nos está impidiendo subir un escalón más arriba en la dulzura de la vida. Animarnos a seguir adelante, a trascender ese obstáculo es el deber de aquellos que buscamos aquél algo mejor.

Por momentos podemos creer que la vida es un trago espeso, amargo y difícil de digerir. Los humores, las rachas pueden cambiar, pero si no nos sentimos satisfechos en general con nuestra vida, deberíamos intentar mirar atrás y ver en dónde es que hemos dado el paso en falso. No hay nada que no tenga solución.

Generalmente se asocia a este tener que cambiar, a estar obligados a hacer un cambio radical, a una especie de “todo o nada”. Es cierto que la idea resulta atractiva. De alguna manera, es como convertirse “héroe de uno mismo”; pero no necesariamente todas las decisiones tomadas hasta este momento fueron las equivocadas, ni tampoco tenemos que sentir que nuestra vida anterior es desechable. Somos la suma de las experiencias vividas y de las decisiones que tomamos. Nunca voy a negar de aquel adolescente acomplejado por sus granos, por su estatura, por su timidez que fui; ni tampoco de haber pensado que la vida era demasiado difícil para mí. Soy el que fui y seré también el que soy hoy.

Superamos cosas que pensamos que no podríamos llegar a superar (dolores, sufrimientos, pérdidas, miedos etc.) y podemos hacer cosas que pensamos – hoy – que no podemos realizar. Nos cuesta la angustia, la pérdida, el sufrimiento, los miedos, el desamor, pero no nos cuesta el gozo, el encuentro, la dicha, el amor; los aceptamos sin más. Cuando aprendamos a distinguir los muchos matices que componen la vida y a aceptarlos; cuando saboreemos las amarguras y las tristezas por igual y no temamos ocultarlo, quizás ahí podremos decir que hemos vivido.

Hoy saboreé la soledad…y era dulce.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Las mejores oportunidades son al aire libre

Poniendo la creatividad a disposición del abandono de la soltería

La vida en la ciudad, y su correspondiente concentración de gente, brindan a sus habitantes posibilidades que no pueden darse en otros centros menos poblados del País.
En las ciudades o pueblos “del interior” (¿Buenos Aires está en el exterior? No lo sabía), le gente se conoce más, se conocen entre sí, lo que muchas veces inhibe el proceder del sujeto de esta columna: el soltero. Que Fulana es la hija de Zutano, y ojo que es un viejo muy jodido y cascarrabias; además estuvo de novia con Mengano, que es amigo de un amigo mío, por lo cual, sería casi inmoral que me atreviera a invitarla a tomar algo. Todos se relacionan entre si, de alguna u otra manera. No hay oportunidad de hacer un movimiento sigiloso sin que no se entere alguien. Peligroso es navegar en esas aguas. Por ese mismo motivo, los solteros se van a pueblos vecinos (pero lo suficientemente alejados) para hacer sus enchastros.
La ciudad, además de estar colmada de gente que pocas veces saluda a su propio vecino – inclusive cuando se lo cruzan el ascensor todas las mañanas – cuenta con millones de “pueblos cercanos” en cada barrio: millones de conocidos-desconocidos, yendo de un lado al otro, haciendo lío “delegación a delegación”. Hay que agregar a eso que la ciudad cuenta con la mayor cantidad de abonados a internet del país, lo cual facilita aún más las cosas. No saludamos al vecino en el ascensor, porque a veces nos da vergüenza o no tenemos ganas, pero saludamos con el “Hola” más alegre a cualquier extraño que aparece en una sala de chat, página de redes sociales, o de citas. No hay medio válido o inválido para esto, en definitiva si coincidimos en un determinado lugar y actuamos de determinada manera es para un solo objetivo: conocernos (ellas y ellos, ellos y ellos, ellas y ellas, ellos más ella más ella, etc.).
Lugares frecuentes: bares, restaurantes, boliches, recitales, muestras de arte, charlas, gimnasios, los bosques de Palermo y Costanera sur (para los “deportistas”). Sin embargo, hay algo que le escapa al soltero común que no logra apreciar el potencial total de ciertos eventos en auge en estos tiempos: las marchas de protesta.
Si uno se toma el trabajo de ponerse a contar las innumerables manifestaciones que suceden en una semana en la City, se dará cuenta de que hay una variedad importante de la cual elegir. Siempre es recomendable encontrar aquellas manifestaciones a las cuales nuestras ideas sean más afines. Por ejemplo, no sería demasiado productivo participar en una marcha de una organización Marxista-Leninista enfundado en un sweater Tommy, pantalón de vestir, zapatos náuticos y los pelos enmarañados con una buena cuota de gel. La pluralidad tolera solamente ciertos límites.
Alguien podría llegar a pensar que pasar algunas horas en el medio de una muchedumbre casi sin espacio para moverse, transpirado y a los pisotones, no sería el ambiente más propicio para el caldo de cultivo de una relación; no se preocupe: es lo mismo que ir a bailar, pero con menos ruido y la posibilidad de diálogo. No corren en este escenario artilugios viejos, como la injusticia, que sí funcionan en otros lugares. Arrancar una conversación tocándole el hombro a la chica que tenemos adelante (después de estar analizando su figura por media hora) y decirle “Hola, ¿Cómo va? ¿Siempre venís acá?”, nunca va a funcionar, porque en esta situación, nuestra interlocutora – actually – sí escucha lo que decimos. No señor. No es ambiente para el chamuyo barato y berreta. Aquí se precisan neuronas y cierto conocimiento de la realidad cultural, social y política – además de una dicción cuasi perfecta. Siempre hay que hablar de lo terrible que es la situación X del país o, si se conoce del tema, de política internacional (que siempre es un plus).
Mujeres hay en todos lados, es cierto, pero las mujeres que concurren a las marchas van motivadas por algo y, además, van con ganas de congeniarse con sus conciudadanos respecto al meollo de la cuestión. En pocas palabras: están predispuestas al diálogo.
Para los fumadores, iniciar el contacto resulta inclusive más fácil: ella saca el paquete de cigarrillos de la cartera (debemos estar atentos a estos detalles para proceder con celeridad) y nosotros (los “celéridos”) ya tenemos el encendedor en la mano, ofreciéndole fuego – como todo caballero debe hacer. Debe prestársele especial atención a la dirección, fuerza del viento y altura de la llama del encendedor; no sea la cosa que nuestro acto galante termine incendiando la cabellera de nuestra bella donna.
Un último consejo: no pasen solamente su tiempo observando la figura de la Mujer que tienen delante de arriba hacia abajo. Primero que nada, queda mal, y segundo, nunca debemos tener dudas respecto a la compañía o falta de compañía de la dama. Cerciórense de que no haya padre a la vista (especialmente si la fémina es demasiado “jóvena”), ni hermanos celosos ni novios. Padres y hermanos son manejables, pero el sujeto acompañante denominado “novio” no entiende razones. Nunca van a entender “¡Ah! ¿Estás con ella? No sabía”, o “Perdonáme, no me di cuenta”. Su respuesta puede llegar a ser instantánea, violenta y hasta letal.

jueves, 14 de agosto de 2008

Yo conmigo mismo

¿Qué hacer con todos estos pensamientos, con todas estas ideas? ¿Qué estoy haciendo de este invierno, además de hibernar, de quedarme guardado en esta cueva?

En este último tiempo, tengo la sensación de que han pasado muchas cosas, pero que no he hecho demasiado. Es cierto: pasaron los días con sus interminables noches. Insomne quién sabe por qué motivo, estiro estas horas de pensar en todo y en nada. Apoyo la cabeza en la almohada y miles de ideas se me cruzan por la cabeza; muchas cosas por hacer, sobre las cuales escribir, sobre las cuales actuar. La vida no se detiene y yo tampoco, aunque a veces tenga la sensación de que me lleva cierta ventaja. Me levanto de la cama, busco abrigo, pongo el agua para los mates y me siento delante de la PC. Son las 3 de la mañana. No hay nadie con quien hablar, salvo yo mismo…y, la verdad, a veces me aburro de mí. Creo otro yo, y también me aburro de él, a medida que más y más noches y más y más días me/lo escucho hablarme.

No es que lo que tengamos para decirnos no sea interesante; más bien es la cantidad de cosas interesantes que nos decimos y pensamos y unas ganas irrefrenables - como un instinto animal - de llevarlas a cabo a cada una de ellas, en un minuto. Sabemos que somos impacientes y al mismo tiempo sabemos que ninguna de las cosas que pensamos pueden lograrse de un día al otro. Pero lo intentamos igual.

¿Qué vamos a hacer con el país, cuál es la mejor manera de solucionar los problemas que tenemos? ¿Cómo hacerle entender a la gente que hace falta ser un poquito menos egoístas, un poquito menos prejuiciosos, un poquito menos agresivos, un poquito menos ambiciosos y darle al otro (a ése extraño que está fuera de nosotros) un trato más humano? ¿Cómo lograr que la gente abra por voluntad propia las cajas en las cuales guardan su humanidad? Da miedo. Nos preocupa el daño. Lo mismo pasa con la sensación de que vivimos en un mundo agresivo, violento, sin piedad. Por lo tanto, creo que vale la pena hacer la siguiente aclaración: en el mundo, hay más personas buenas que malas. Si todos fuéramos tan malos como se nos muestra, el mundo viviría en una anarquía absoluta. El problema reside en que lo bueno no vende. La violencia, las guerras, los asesinatos, las violaciones, las muertes, el sexo, el éxito fácil, rápido, material y superficial, cualquier escándalo, tiene mucha más y mejor prensa. En un mundo compelido a buscar siempre vender más, a superarse en números, en shock, en impactar, resulta casi natural que así sea. Lo peor es que nos acostumbramos. Lo que ayer nos causaba estupor, nos impresionaba, nos indignaba, hoy casi, casi pasa desapercibido.

En los medios se nos muestran imágenes segundo a segundo de cuán importante es alcanzar el éxito sin importar cómo se llegue a él. En una sociedad ignorante y con valores morales en decadencia, esto pega muy fuerte. Es, de alguna manera, querer resumir a la Vida a absolutamente nada. No importa el viaje, las vivencias…solamente importa llegar; cuanto más rápido mejor. Todos queremos ser excepcionales, no toleramos la “normalidad”. La normalidad es aburrida…y por eso nos llenamos la cabeza de pelotudeces de la vida de otras personas mediáticas, las cuales parecen mucho más interesantes que las nuestras. ¿Cuántas horas de TV hay dedicadas a hablar de culos, tetas, de quién se acostó con quién, de la casa que se compró Fulano, de que Mengana sale con Sultano? Por un momento creemos que la verdadera vida, la que vale la pena vivir es así, y que la vida es eso.

De la misma manera en la cual veneramos el éxito, la guita, la superficialidad, hacemos lo propio con la pobreza. ¡Cómo nos gusta hablar de la pobreza! La pobreza la relacionamos con dos cosas: el delito y, paradójicamente, a una especie de “santidad”. No se puede ser honesto con plata y tampoco se puede ser pobre sin ser delincuente o se puede ser pobre y honesto, pero pensamos que hay muy poca de esa gente. Así de contradictorios somos. La honestidad, la moral, el amor, la maldad, el odio, no están ligado a una clase social, pueblo, raza o religión. Todos estos defectos o virtudes son inherentes al ser humano. Pero nos gusta encasillar, nos gusta poner etiquetas, nos gusta fijarnos en aquellas cosas en las cuales somos diferentes y no en las cuales somos iguales o parecidos. Así, vamos tejiendo una compleja red de diferencias que nos alejan cada día más de lo que somos…basándonos en parámetros artificiales, que cambian cada tanto, dependiendo la moda que impere.

Nuestro afán de más, mejor y más rápido, parece – por momentos – fagocitarse el sentido mismo de la vida.

Pero, ¿qué se yo de la vida? Soy un nabo más con insomnio que se sienta a escribir. Soy solamente uno más que, como muchos de Ustedes, se sienta a veces a pensar un rato la vida, en dónde se está parado. No pretendo reinventar la rueda. No tengo nada nuevo para decirles. No voy a decirles nada que no hayan escuchado ya en la boca de alguien o leído en algún lugar, o escuchado en alguna canción. Quizás escriba para no olvidar ciertas cosas, para no perderme, para no olvidar lo que soy y quién soy, para sentirme único y distinto en este menjunje…o quizás escriba para ver si escribiendo, puedo recuperar el sueño.

jueves, 5 de junio de 2008

Porteños on the road

Moverse en la ciudad, por más problemático que sea, siempre implica distancias cortas. Raramente el porteño realiza algún viaje que requiera desplazarse más de 50 kilómetros.
Cuando se va de vacaciones, muchas veces da la impresión que estuviera yendo al fin del mundo, a ese lugar en el horizonte en el cual cae el agua de los océanos – porque todos sabemos que la tierra es plana.
Se prepara la familia completa, juntan los bolsos o valijas, y salen a enfrentar lo desconocido. Ropa a granel, el infaltable equipo de mate, un par de CDs para ir variando la música entre los gustos del padre, la madre, y los hijos. Y finalmente, muy temprano, se sale a la ruta.
Los primeros 20 kilómetros transcurren sin mucha pena ni gloria. Los ánimos son buenos, hay cierto relajo en el hecho de estar alejándose de la ciudad. Podría decirse que ya se respira un “aire vacacional”. “¿No están contentos, chicos? ¡Nos vamos de vacaciones!” dice el padre, mientras mira a los hijos por el espejo retrovisor. “Vamos a hacer esto, y esto y esto. También podemos hacer esto y lo otro, y ¿por qué no? ¡Eso también!”. Cómo caen estos comentarios siempre depende de la edad de los “chicos” en cuestión. Los hijos chicos-chicos no le dan mayor importancia, y los adolescentes, tampoco, pero les molesta el hecho de haber tenido que levantarse temprano y encima, “¡viajar con los viejos!”.
Se van sumando kilómetros y las consecuencias empiezan a notarse. Ya no se puede escuchar la radio “de todos los días”. La primera opción es siempre buscar otra radio. Dependiendo del lugar en donde se encuentren, las emisoras pueden ser de folklore, de cumbia, o religiosas. Son esas tres opciones o recurrir a los CDs. El padre toma uno, lo pone en el estéreo y a los 5 minutos se produce la primer debacle del viaje. “¿No podemos escuchar otra cosa?” – dice alguno. Casi nunca los gustos musicales coinciden en un viaje familiar. Si la discusión se prolonga más de lo tolerable, los padres recurren a la decisión salomónica del “Bueno, entonces no escuchamos nada. ¿Todos contentos ahora?”. ¡No, papis! Esa decisión nunca conforma a nadie…pero ayuda a terminar con la discusión.
Kilómetro 150. Ya no se discute por la música. La radio está apagada. El gris del asfalto cedió a los distintos tonos verdosos o amarillentos de los campos, arboledas o pastizales que se suceden infinitamente. Los temas de conversación se van agotando, al punto tal de decir cosas como “Cuánto verde, ¿no?”. Ya no falta mucho para el “¿Cuánto falta, Pa?”. Paciencia.
Más allá de los 500 kilómetros, el ambiente dentro del auto se torna espeso. Empiezan las críticas mutuas entre piloto y copiloto del auto, las discusiones respecto al lugar en dónde almorzar, dos camiones adelante del auto y una curva detrás de la otra. Un auto que viene desde atrás se mete entre nosotros y el primer camión. La bocina que tocan. La cara de indignación. El grito no muy fuerte, pero desencajado de “¡MIRÁ A ESTE TIPO! ¿A DONDE VAS?”. Señal de luces y el humor que va cayendo en picada, inversamente proporcional al cansancio que ya se hace notar.
Por suerte pronto llegan a destino, pero las vacaciones recién comienzan…

Luego de bajar las valijas, bolsos y demás petates del auto, finalemente podemos decir que el porteño “llega de vacaciones”.
Este desembarco a destino no implica mayores cambios en los hábitos citadinos. Por ejemplo, se llega a un pueblo alrededor de las 22. Después de que se baña toda la familia, se ponen pitucones para salir a cenar afuera. “Vamos a cualquier lugar, total, mañana vamos a poder recorrer un poco más y ver otros lugares para ir a cenar o almorzar”, dice el padre. Salen caminando e ingresan al primer lugar que ven. Un restaurant de pueblo sin mucha gloria, sin tenedores de la guía Michelín, no hay Metre ni somelier. Pero esto no esproblema, vinieron a comer “comida regional”. El proteño siempre va a intentar jugarla de local en tierra foránea, pero pocas veces lo logra. Casi nunca piden algún plato típico del lugar, porque les resulta, lisa y llanamente, repugnante. “Milanesas de carpincho con ensalada” … ¿quién puede comer eso? Ven pasar un flan casero hacia otra mesa y se preguntan si el lugar habrá pasado los controles de bromatología municipales – si los hubiere. Cubiertos con mangos de plástico de distincos colores. Platos de vidrio Durex vasos todos iguales, independientemente de para qué se los use. Uno de los chicos quiere pedir la milanesa de carpincho, pero con puré de papas, “para probar”. Los padres fruncen el ceño, tratando de persuadir al joven o jóvena que lo haya pedido. No tienen éxito.
Mientras esperan a que llegue la comida, pispean los rollitos de manteca que vinieron en un potecito de metal con agua, un poco de pan de ayer y unos grisines que denotan humedad ambiente. A pesar de todo, untan el pan con la manteca, nada más que ¡porque tienen hambre!
Llegan los platos y empiezan a comer. Todos los comensales miran el plato con la milanesa de carpincho, esperando quizás que no sea una milanesa, sino la suela de alguna alpargata o zapato hecho con el cuero de ese animal. Se pincha la milanesa. “No gritó, buen signo”. Se corta la milanesa. “mmm”. Se mete un bocado en la boca y se mastica. “Bué…no está tan mal. Tiene gusto al olor de transpiración”. Todos prueban un poquito como para confirmar que lo que se ha dicho hasta el momento es cierto. Y así es.
Después de haber terminado de cenar, de haber comido postre, piden la cuenta. En ese tiempo laxo de necesidades satisfechas comienzan a preguntarse si hicieron bien en comer ahí. Se empiezan a fijar en las manos del mozo que les trajo los platos, en cómo cuando lleva la comida el dedo gordo se mete adentro de la comida; se fijan en que el cocinero no tiene ningún gorro que evite que los pelos y la transpiración caigan accidentalmente en la comida. Recién ahí, comienzan a fijarse en todas esas cosas que no habían notado antes por el cansancio y el hambre. Se retiran, con bastantes dudas respecto a si van a sobrevivir esa noche o si tendrán que correr al hospital local (¡Hospital local, por dios! ¡No hay una clínica cerca!) por la indigestión de alguno.
Llegan al hotel y se van a dormir. Se apagan las luces. Cada uno en la soledad de su almohada, y con la sugestión propia del que comió fuera de su casa y de su ciudad, empiezan a sentir distintos tipos de molestias inventadas. A pesar de esto, nadie dice nada.
A la mañana siguiente todos se sorprenden de seguir con vida. Se aprestan a desayunar y salir a hacer alguna caminata por algún bosque o cerro. Una vez más se suben al auto y luego de un corto periplo, llegan al inicio del camino que los llevará hacia el corazón de la naturaleza.
La preparación para esta nueva aventura no es menor. Se llevan una brújula, mapas, localizador satelital, linterna, espejos, ropa de abrigo, agua como para hacer crecer el nivel de un lago en un metro, calzado especializado, lentes, protector solar, fósforos, navaja de sobrevivencia y algún que otro libro explicando la flora y fauna de la zona. Infaltables son las cámaras de fotos y los teléfonos celulares. “Hay que estar preparados para lo peor”, se excusan.
Comienza la caminata. Poco a poco nuestros aventureros avanzan en el sendero muy bien demarcado. Lo que era un camino ancho y abierto, se convierte en uno angosto y cada vez con mayor vegetación. Se mueven en una sola fila, siempre por el camino marcado. Aventurarse tan solo un metro fuera de él, sería poner en riesgo la vida misma y la integridad del clan. Se oyen distintos tipos de pájaros cantando, el ruido del viento atravesando las ramas de los árboles. Poco a poco se escucha más el silencio que cualquier otra cosa. El sudor empieza a brotar de los poros de nuestros cansados exploradores. Se detienen por un minuto a recuperar el aire, beber un poco de agua y comer alguna galletita o fruta. Mientras admiran el espectáculo alrededor suyo a alguien – generalmente a alguno de los padres – se les escapa un “Qué hermoso, ¿eh?”. Tiran su mugre a un costado (envoltorios de plástico incluidos). Continúan caminando y a pocos metros más adelante se topan con el primer inconveniente: un furioso río corta su camino. Bueno...”furioso río”, no. ¿Podemos decir una “vertiente enojada”? Lo peor del caso es que no estaba indicado en el mapa.Con la mirada desencajada, el padre revisa una vez más la cartografía. Prende el GPS y busca algún indicio de puente para cruzarlo. No encuentra nada. Mira a su alrededor y con un papel y lápiz (que también habían llevado), se pone a hacer cálculos para construir un puente con las maderas circundantes, capaz de soportar el peso del más pesado del grupo: él.
Mientras tanto, uno de los purretes se atreve a hacer algo impensable: cruzar a pie el obstáculo. “¡Mirá, Pa! ¡Lo podemos cruzar caminando, no es muy profundo!”. El clan se aproxima para ver de cerca el suceso, mientras la madre pega un grito desgarrador diciendo: “Pero te estás mojando las zapatillas y el pantalón! ¿Quién saca esa mugre de la ropa después? ¡Te vas a enfermar andando mojada(o)!”. Una mezcla de desesperación y júbilo se apodera de ellos. Después de que el más valiente hubiere cruzado, el resto se anima a cruzar, extremando la cautela. En definitiva, cruzar esa vertiente era como caminar en una bañadera: cualquiera corría el riesgo de resbalarse y morir desnucado.
Continúan el ascenso y los pensamientos se funden con recuerdos de programas como “Sobreviví”, “A prueba de todo” y la película “Viven”. Ya no pueden caminar más y el camino hacia la cima se pierde en el bosque. Les duelen los abductores, los cuádriceps, las pantorrillas. Sólo han avanzado 500 metros y han caminado, como mucho, una hora y media. Empiezan a colarse ideas respecto a qué sucedería si la noche los toma por sorpresa en ese paraje inhóspito, bestial y salvaje. No les queda más remedio que seguir adelante para encontrar un sesgo de civilización. El paisaje ya no es “tan hermoso”, es “mas de lo mismo”. No tienen señal en ninguno de los celulares que llevan. Se cansaron ya de tomar fotos. Y, para colmo de males, no se han cruzado con ningún ser humano en todo el trayecto. En un momento se vé, a lo lejos, una casita. “¡BINGO! ¡El refugio!”. Apuran el paso y está ahí, ya no falta nada. Solo unos metros más. Empiezan a correr, sin darse cuenta que la inclinación del terreno transforma un metro en cuatro, aumentando proporcionalmente su cansancio. Las mochilas ya pesan. El aire les pesa.
Se escucha un ruido que viene desde atrás de ellos pero no le dan importancia. Se aproxima el ruido: son pasos. Pasos que se suceden rápidamente. Se empiezan a distinguir voces. De pronto, un grupo de cuatro pibes les pasan por el costado, como si hubieran caído en paracaídas en ese punto del trayecto. Ninguno tiene mochila, ni agua, ni brújula, ni gorritos para el sol, ni teléfono celular, ni cámara de fotos, ni navaja de mil usos, ni ropa de abrigo. Solo llevan puestos una remera, un pantalón corto y un par de zapatillas.
Al líder del grupo de jóvenes se le escucha gritar: “¡Vamos 15 minutos, tenemos que llegar antes de los 20! ¡VAMOS!”. Aceleran el paso y se pierden en el sendero.
Nuestro grupo de boy scouts se ve envuelto en una nube de polvo. Los corredores se llevaron consigo el sentido de aventura y la moral de nuestros porteños gone wild. Se aproximan al tan anhelado refugio. Trepan los últimos metros de la salida del sendero con los restos de dignidad que les queda y con cara de “aca no ha pasado nada” caminan (ahora sí) erguidos y orgullosos hasta las mesas colocadas en una especie de galería.
Se oye el ruido de un automóvil y, para su sorpresa, ven como un grupo de gente llega sin transpirar ni una sola gota, sin sufrir ningún percance, sin ningún dolor al mismo lugar que ellos. “La naturaleza no tiene piedad ni sentido de justicia” se le escucha balbucear al padre…

Ñoquis

Acá le decimos ñoqui a alguien que no hace nada o que solamente hace algo ante los ojos de los demás cada tanto, como para que – justamente - no digan que no hace nada.
Hubo varios casos que salieron las noticias. Uno de los últimos fue el de los que había en la administración de la Ciudad apenas asumió el nuevo gobierno. Me imagino que en cada administración municipal, provincial y nacional tendrá su cuota de estos personajes.
Sin embargo, a todos (de capital, de la provincia, del interior y, por qué no, del mundo) se nos han escapado por lo menos cuatro ñoquis de una fama descomunal a los cuales no se les hace cuestionamiento alguno.
¿Qué estará haciendo Papá Noel hoy? El tipo labura un día al año, solamente porque todos sabemos que tiene que venir, como aquel ñoqui que “aparece” en la oficina el día que sabe que va a haber una inspección. Dudo muchísimo que Papá Noel esté en estos momentos haciendo estadísticas respecto a la evolución de las buenas y malas acciones de cada persona a lo largo de los años. Nunca vi en ninguna navidad una advertencia de Santa en el tono de: “ ¡Hey! Tus buenas acciones solamente muestran un incremento del 1,75% interanual y respecto a la misma fecha del mes anterior, has bajado un 0,45%. Tu hermano Juan tuvo una mejora interanual del 25%, por eso a vos te traje el par de medias y a él el autito a control remoto”. ¿Qué hace Papá Noel fuera de esos dos (como mucho) días que trabaja? ¿Cómo le da sustento a su hogar? ¿Con qué les paga a los enanitos que lo ayudan?
Si Papá Noel es el único que trabaja en la casa, vive en el polo norte, en una casa llena de luz y gigante, tiene (por lo menos) seis renos, no sé cuántos enanos (¿serán sus hijos? Eso explicaría qué hace con tanto tiempo libre), los reyes magos, sin hijos ni enanos, con solamente tres camellos…deben llevar una vida de lujos. Encima de todo, ¡son solteros y son Reyes! Dónde residen los reyes magos, también es un misterio. Algunas personas dicen que viven en Europa, África o Asia. Teniendo en cuenta las características fisonómicas de cada uno, podemos llegar a asumir que dos sean europeos y uno de África pero, ¿un rey mago Asiático? No, sinceramente no me lo imagino. Sean de donde sean, su vida debe ser mucho más fácil que la del pobre Papá Noel, que vive constantemente con temperaturas bajo cero (lo cual hace que me pregunte nuevamente si los enanitos no serán sus hijos). Si a alguno de Ustedes se les ocurre qué pueden llegar a estar haciendo estos cuatro personajes el resto del año, espero sus comentarios en el Blog

jueves, 6 de marzo de 2008

San Valentín: El parto de los tímidos

Comenzando el mes de febrero empiezan a aparecer cartelitos y publicidades varias respecto a esta fecha tan “especial”. El día de los enamorados se aproxima. Promociones varias de viajes, de cenas, de bares, de eventos, espectáculos y salidas a granel. Todo es dulzura, cupido y corazones. El dos por uno no presidiario – o sí, dependiendo de la situación de la pareja en cuestión.

Si es un día de plástico inventado por el marketing, importado de otras latitudes, si san Valentín fue santo o no, queda fuera de todo cuestionamiento. Solo o en pareja, corresponde enviar un par de tarjetas virtuales (las de papel y escritas a mano las mandan solamente aquellos que están en los primeros meses de noviazgo), escribir en el nick del MSN “Felíz día de San Valentín!” – con varios signos de admiración y alguna que otra carita sonriente, un corazón, una estrella, un sol. Los buenos días ya no son “¡Buenos días!” sino, “¡Feliz día!” (con caritas acorde).

Flores. Flores por todos lados. Uno sale a la calle y da la impresión de encontrarse en el medio de la selva amazónica. Uno, dos, tres puestos de flores en una cuadra. Algunos nacieron del asfalto mismo, no estaban ahí escasas horas atrás. Pero si uno tuviera la loca idea de comprar un ramo – después de mucho pensar – todas esas maravillosas flores desaparecieron y solamente nos queda elegir entre los ramos malos y los menos peores.

También, el 14 de febrero es un día de parto para aquellos que guardan en secreto ese amor hacia esa persona en lo más profundo de su ser. No fueron capaces de demostrarlo abiertamente durante los 364 días anteriores, pero no pueden dejar pasar un día más sin dar alguna señal y mucho menos este día. Entonces se rebanan los sesos buscando cualquier excusa, pensando el mejor momento del día para hacer la gran jugada. “Ok, tranquilidad ante todo. ¿Bombones? No, demasiado…y engordan. ¿Tarjeta? No me alcanzaría una tarjeta de doscientas páginas para escribir lo que siento por vos. ¿Flores? No, es muy común. Además, ¿cuáles le gustan? ¡Ahá, lo tengo! ¡La invito a tomar algo después de salir de la oficina! ¡Cómo no se me ocurrió antes! Pero, si la invito a tomar algo va a pensar que soy un tacaño, que no soy capaz de gastarme una cena en ella. ¿Y si la invito a cenar? Podría resultarle intimidante. Claro, imagináte…así de la nada, una cena romántica y yo hablándole cuatro horas acerca de lo maravillosa que es, contándole que estoy enamorado de ella desde el día que nació, aunque no la conociera. Es un poco fuerte. ¡uy, ahí viene!” Ya le transpiran las manos, siente que la voz se le va a quebrar, que no va a emitir sonido. La mira y le dice un “Hola” (así de chiquito), . Justo la impresora de matriz de puntos empezó a imprimir y ella no escuchó nada. En eso, entra en escena otro compañero de trabajo esquivando a nuestro “ente pensante”, se acerca a ella sonriente: “Hola, ¿cómo estás? ¿Tenés algo que hacer después del laburo…?” (así de grande). Y el otro gritando para dentro de sí “¡Caradura!¿Adelante mío le preguntás eso?¡Sí, tiene que hacer! ¡Va a a cenar conmigo, papafrita!” Mientras, el adelantado sin esperar respuesta, sigue “…porque si tenías ganas, conozco un lugar acá cerca que hay un barman de Sierra Leona que hace unos tragos con patas de rana y alquitrán que te hacen desear nunca haber nacido” (lo que diga es totalmente irrelevante para el otro). Al tímido se le inyectan los ojos en sangre, el corazón le late a 240 pulsaciones por minuto y siente una furia que se apodera de su interior, amenazando con estallar. Maldice a ese compañero, su determinación, su pelo de galán, la ropa impecable. ¡Le envidia hasta lo blanco de los ojos! Sigue gritando para adentro “¡Mal nacido! ¡Hijo e’ tu madre! ¡Me robaste la idea, confesálo! Sabías que yo la iba a invitar, ¡LO SABÍAS!”. Ella sonríe – con esa sonrisa que solamente las mujeres pueden dibujar en su cara, mezcla de niña y femme fatale – y acepta.

Entonces, el adelantado nota la presencia de el otro y lo saluda “Hey, nene, ¿todo bien?”. El otro indignado – pero no queriendo demostrarlo – responde al saludo con una sonrisa dibujada por una persona con mal de Parkinson “Bi-bi-bi-bien, bien, todo bien. Disculpáme, me tengo que ir”. Y sale caminando rápido y nervioso (no es alusión a película alguna, pero podría decirse que de sus zapatos salía humo). Mientras se aleja por el pasillo se dice: ”Al final era una arrastrada…al primero que vino le dio la sonrisita y le dijo que sí. Y ¿qué me importa? Hoy hay una maratón de la primer temporada de Lassie…Sí, mejor que no le dije nada, no tenía muchas ganas igual. Además, hay un ‘San Algo’ todos los días y ahora que me acuerdo… ¡soy musulmán!”.

jueves, 14 de febrero de 2008

Música

La música me envuelve y me lleva de viaje, hacia lugares que no conozco y que existen solamente en mi cabeza. Pensamientos de otra persona se mezclan con los míos, regando un jardín de sentimientos. Amanece y anochece al mismo tiempo y no me resulta extraño. Y me encuentro y me pierdo. Más palabras, más notas. El pasado que viene en olas, y un océano de posibilidades que encierra el futuro, incierto, difuso. La forma de una mujer que se dibuja en mi mente, iluminado de luna, lleno de noches sin dormir, de respiración agitada, de caricias sobre la espalda, de abrazos tiernos y fuertes, de besos hormiga, de cansancio que no importa, del tiempo roto.
Caracoles en la playa de mi imaginación, pequeños recuerdos que juntos hacen mi vida; mi primer beso - el río y el viento…los nervios. Primer amor, la primera vez que sentí un temblor en todo el cuerpo, viniendo desde adentro; todas aquellas primeras cosas mágicas que viví, todo el néctar que pude sacar de la vida hasta ahora; todas aquellas cosas perdidas y ganadas, los no y los sí, las dudas, los miedos, los cafés, los mates, las cervezas, las miradas, los gestos, los movimientos, las lágrimas de risa, las otras, las conexiones, las malas comunicaciones, las malas notas y la buena música. El corazón que se hace grande, que late fuerte, que no descansa, que no se achica, que se hace esponja y absorbe todo cuanto escucho, veo, siento y sienten los que están alrededor mío, los que conozco, los que me cruzo. Y lo guardo y aprendo y lo comparto en palabras, en ideas, en más música que retroalimentará el corazón, la cabeza y la imaginación de otros, sin importar lo que yo hable, piense o sienta.

martes, 29 de enero de 2008

32

Hay momentos en los cuales no queda nada que decir, ya todo lo pensado está hecho, escrito, plasmado de alguna manera.

Por algun motivo, el transcurrir de los días se ha transformado en algo placentero. No hay nubes en el horizonte, no hay cosas urgentes por las cuales correr, ni deseos imperiosos que satisfacer. No hay desesperación ni angustia; no hay mal humor. Todo parece haber alcanzado una suerte de balance, de equilibrio. Me permito pensar, me permito sentir, sin estar atormentado. Y me pregunto si esto es ser, si la suma de mis decisiones tomadas ayer son la causante de haber podido llegar a este momento.

Quizás esté llegando a ser; quizás esté llegando a mi; quizás esté aceptando lo que me ofrece la vida dia a dia sin darle mucha batalla. Quizás esté aceptando que la vida y cosas de la vida tienen los vericuetos que yo decido crear en ellos, que soy yo el que enreda y desenreda las cosas que me suceden.

Quizás simplemente haya comprendido los beneficios de dar, de brindarme, de abrirme un poco más, de escuchar, de intentar de entender...sin buscar, sin querer nada a cambio. Quizás haya comprendido que este tipo de cosas son las que me enriquecen y endulzan la vida.

miércoles, 16 de enero de 2008

Felicidad

Entre las cosas pendientes por hacer antes de que terminara el año quedaba mi columna para esta Contracrítica.

Decir que fue fácil sentarme a escribir estas líneas sería mentira. No solamente por el ajetreo típico de esta época. Otro año más que pasó, que nos dejó atrás. Algunas personas se preparan para irse de vacaciones, otras simplemente disfrutarán de los feriados correspondientes a la Navidad y al Año Nuevo y volverán al trabajo habitual quién sabe hasta cuándo.

La dificultad para escribir algo no sólo radica en la falta de tiempo, sino, más bien, en el tema. Muchos pensamientos, muchas ideas, pero poquísimas palabras salen de los dedos. Ninguna acerca de nuestra bendita ciudad.

Creo que en lo que más pensé en este último tiempo es en la felicidad y la dificultad que tenemos para encontrarla. La felicidad resulta, muchas veces, inalcanzable. A veces, da la impresión que nos hace falta algo y ese “algo” no se deja hallar. Para algunos es el amor; para otros, el dinero o el poder; para otros, un plato de comida. En sí, qué es la felicidad depende de la perspectiva y de la persona que mire.

Sin embargo, siempre nos va a faltar algo, siempre va a haber algo que deseamos tener y no tenemos, aunque otros piensen que lo tenemos todo. A veces la vida nos da un cachetazo, para recordarnos qué tiene sentido, qué tiene valor. Y es ahí cuando muchas veces nos arrepentimos y pensamos “si tan sólo…”. Pero cuando llegamos a esa instancia, seguramente será tarde.

Para mí, la felicidad se encuentra en las cosas cotidianas de nuestra vida, en las personas, en el amor que sentimos y tenemos hoy. No tiene mucho sentido pensar en la felicidad futura si somos incapaces de disfrutar y valorar lo que tenemos y somos hoy. Creo que sería importante que dejáramos de valorar la vida solamente cuando ésta se ve amenazada. Desacostumbrémonos a las cosas y personas que nos rodean todos los días y las apreciaremos más. Focalicémonos en las cosas que realmente valen la pena y démosle a la vida el lugar que merece. Somos frágiles, somos mortales.

Por todo esto, amemos hoy. Digamos “te quiero”, hoy. Besemos hoy. Perdonemos hoy. Escuchemos hoy. Disfrutemos la vida hoy. Preocupémonos un poco más por lo que somos que en lo que tenemos, hoy…

Mañana es una promesa.

Hansel & Gretel en la ciudad

Casi con la misma angustia de los personajes del famoso cuento, muchos porteños temen no encontrar el camino de vuelta a su casa u oficina. Mientras caminan por la calle, van dejando a su paso envoltorios de galletitas, paquetes de cigarrillos vacíos, boletos de colectivo, y algún que otro papelito que los guíe de vuelta a su lugar de origen. Cinco pasos, un papelito.

En ciertas ocasiones, toqué el hombro de alguna de aquellas personas, para avisarles que habían dejado caer un papel en el piso. Se los devolví. Pero al parecer la vergüenza sólo los ataca cuando se los encara. Miran, se sonrojan, dan media vuelta y siguen su camino.

Un día, en otro gesto de amabilidad, logré juntar del piso una bolsa con envoltorios de fiambre y bandejas de cartón que accidentalmente habían caído del lado del conductor de una ambulancia. Gentilmente le dije: “Tomá, se te cayó esto” y con una sonrisa en la cara, pasé la bolsa dentro del vehículo, apoyándola en el regazo del conductor. No entendí bien por qué no me agradeció, pero como uno no debe hacer las cosas para que se lo retribuyan, continué mi camino hacia ninguna parte.

En la ciudad hay un cesto de basura por esquina. Tirar la basura en la calle cuesta exactamente lo mismo que tirarla en uno de los miles de cestos distribuidos por la ciudad y, aunque no lo crean: ¡es gratis! Pero entiendo que el color anaranjado y tapa negra de los recipientes plásticos es poco visible, y, para colmo de males, ¡están tan fuera de nuestro camino y escondidos!

Cuando se está en un vehículo, el terrible trabajo de deshacerse de los desechos, puede costarnos un poco más de tiempo por el hecho de tener que detenernos, descender del vehículo, encontrar un cesto y decirle adiós a nuestra basura. Pero les comento algo: los automóviles cuentan con ceniceros y, hoy en día, en la mayoría de los lavaderos de autos - además de colgar un hermoso pino de tela con perfume en la palanca del guiño - nos obsequian una pequeña bolsa de residuos, justamente para evitar tirar nuestra mugre en las calles. Puede darse el caso que la basura en cuestión sea demasiado grande para nuestro petit taché de basuré, pero nada tan grande o tan pestilente que no pueda esperar una o dos horas para que lo tiremos en nuestra propia casa. Y si no contamos con esta tecnología de punta… ¡se ensucia el auto! Estamos perdidos. ¡Dios mío!

La falta de respeto al espacio público es una falta de respeto a nosotros mismos. Tomemos a los 3 metros cuadrados que nos rodean en todo momento como el living de nuestra propia casa y disfrutemos todos de una linda y limpia ciudad. Y para aquellos que teman no encontrar el camino a casa si cambian este hábito…ya es hora de que en vez dejar migajas tras sus pasos, dejen de creer en cuentos.

Peatón con patente

Recientemente se ha presentado un proyecto de ley en la legislatura porteña para ordenar el tránsito de los peatones. El proyecto 2104-D-2007, que tiene la intención de obligar a circular a los peatones con el hombro derecho lo más cerca posible de la línea de edificación, prevé una señalización que indique el sentido obligatorio, un periodo de 180 días para “educar” a la ciudadanía y, también, “penalizaciones correctivas onerosas” para quienes transgredan dicha ley.

Lo curioso de este proyecto es que no debería ni siquiera plantearse como tal, si tan sólo utilizáramos el sentido común.

Puede resultar ridículo presentar un proyecto de ley para ordenar el tránsito de peatones, pero debemos reconocer las barbaridades que cometemos todos los días como “conductores de a pie”. ¿Cuántas veces cruzamos avenidas y calles sin tener habilitado el paso en el semáforo, o con la luz titilando, mirando a los conductores (a aquellos que son pacientes y no nos tiran el auto encima) con cara de “Ya cruzo, ¿eh? ¡Esperá, soy peatón!”? ¿Cuántas veces esperamos para cruzar sobre la calle misma, en vez de hacerlo sobre la vereda?

También es interesante analizar a los peatones-hormiga de las calles Florida o Lavalle. Cruzar de un lado al otro es una odisea. Hay que esquivar a los vendedores ambulantes, a los que bailan tango, a los que tocan la guitarra, el violín o el saxo, a los chicos ucranianos tocando el acordeón y la masa de gente que literalmente vuela en ambos sentidos. Y uno, desorientado, se convierte en un grumo en la homogeneidad de la masa humana que va para un lado y para el otro. Pero no necesitamos que nos digan cómo comportarnos como peatones. En vistas a este nuevo proyecto de ordenamiento de tránsito peatonal, estoy esperando que se regule e implemente, sólo para saber si nos van a sacar foto-multas, o si nos van a dar una decorativa “chapa patente” para circular a pie, por la ciudad. ¿Pedirán licencia de caminar también? ¿Cómo será el examen para dicha licencia? La verificación técnica, ¿se podrá realizar en la comisaría o algún hospital de nuestro barrio?

Algunas normas nos parecen ridículas y pataleamos porque los legisladores pierden el tiempo en proyectos como éstos. Pero no todos los proyectos y leyes carecen de lógica. Muchas veces los que carecemos de lógica somos nosotros mismos, al punto de parecer idiotas.

Exigimos un cambio de actitud en nuestros gobernantes, pero somos incapaces de realizar cambios de malos hábitos en nuestra vida cotidiana para el beneficio común. Como sociedad, no nos respetamos, y, hasta que no lo hagamos, nada va a cambiar en la actitud de los políticos.

Mi viejo siempre me dijo que pensar era lo más difícil. Pensar en uno cuesta. Y pensar en los demás…parece mucho más difícil.

El colectivo, la máquina bestial

Ya sea que salgamos de la estación de algún tren en Retiro o en Constitución y nos espera otra delicia citadina: el colectivo. Modernas unidades nos esperan con un chofer sonriente, siempre dispuesto a llevarnos con agrado a nuestro destino. Le hablamos a “la maquinita”, metemos nuestras moneditas y ¡voilà!, sale el boleto. Caminamos en el amplio pasillo – que generalmente se encuentra vacío – y tomamos un asiento confortable, limpio y entero… in your dreams, porteño! Racimos de gente se cuelga del estribo del colectivo, tratando de no quedar abajo, mientras el chofer acelera repetidas veces (que significa “Vamo’ Vamo’”); se comunica con los otros conductores con un lenguaje similar al de las ballenas pero un poco más reiterativo y mono tono. Pide paso, y sale echando humo y putas (y a algunos peatones, de paso) de la parada. Agarra la avenida, viene por la izquierda, dos cuadras de la próxima parada. A escasos cien metros, a algún mal nacido se le ocurre bajar y la avenida es un tramado impenetrable de autos. Pone el guiño y avanza hacia la derecha con la agilidad de una bicicleta, porque, ya es sabido: el tamaño, ¡no importa! En señal de respeto al hermano mayor del tránsito, todos le dejan el paso. Pero el chofer no tiene tiempo para detenerse paralelo al cordón, por eso para a cuarenta y cinco grados, dejando al peatón a unos dos metros de la vereda, ocupando dos carriles de la avenida, para la felicidad de todos los que quedaron atrás. El resto de los conductores agradece el gesto enviándole saludos a la madre del chofer y el chofer devuelve la gentileza saludando a las madres de éstos. Todo es cordialidad y respeto. Arriba del colectivo, mientras tanto, las doscientas personas que viajan de pié miran sigilosos las intenciones de los cuarenta que están sentados. Movimientos extraños pueden causar un alud humano sobre ese preciado posa traste. Una persona mueve su pierna hacia el pasillo. ¡Maldición! No se baja. Hay una viejita parada…¡pero será de Diós! ¿Le tengo que dar el asiento? ¿Quién me va a decir algo? Ma’ si… ya se desocupará otro. Estoy llegando a mi parada. Toco el timbre. Ya casi estoy y el chofer ni me miró. ¿Andará el timbre? Toco de nuevo. Nada. Veinte metros para mi parada y éste que sigue acelerando. ¿Será sordo el chofer? Toco de nuevo. De adelante se escucha la voz del chofer entre la muchedumbre, “¡Nene! Si te gusta el chiche, llevátelo a tu casa”. Me bajo y mientras el colectivo acelera, respiro una bocanada entera de monóxido de carbono, y plomo. Ahora sí estoy listo para continuar con día.

La camiseta y la bandera

Cada vez que un equipo de fútbol, hockey, rugby o cualquier otra disciplina deportiva de nuestro país compite contra el equipo de alguna otra nación, empiezan a aparecer banderas por todos lados. La gente lleva puesta la camiseta de la selección, gorritos, ropa interior, se colocan banderitas en los autos, etc. Cualquier visitante de la ciudad para esa época podría pensar que somos muy patriotas, que estamos muy orgullosos de ser Argentinos.

Nos resulta muy fácil sacar a relucir la bandera cuando ganamos algo. También nos acordamos que alguna persona es Argentina cuando logra algún éxito en algún campo ante los ojos del mundo.

No digo que esté mal el reconocimiento a esos éxitos, simplemente me parece que nos olvidamos, muchas veces, que todos los días somos Argentinos y que todos los días deberíamos enarbolar la bandera del país en nuestro interior; para nadie, para nosotros mismos. ¿Por qué? Porque tenemos que ser patriotas no solamente en el apoyo al equipo que juegue. El patriotismo bien entendido puede demostrase en las cosas de todos los días.

También es ser patriota ser responsable en nuestros trabajos, cumplir con nuestras obligaciones, exigir nuestros derechos, no ser corrupto y no corromper, no buscar la salida fácil, sino la mejor; ser patriota es darse cuenta que las cosas públicas son nuestras, que debemos respetarlas, cuidarlas y no destruirlas. Ser patriota es darse cuenta que cualquier cosa que hagamos o las actitudes que tengamos en nuestras vidas particulares afectan al conjunto. Desde levantar la caca del perro cuando caga en la vereda, hasta manejar responsablemente. Ser patriota es respetar las leyes o cambiar, de manera democrática, las leyes que consideremos erróneas. Ser patriotas significa despojarse de la “viveza” (se le dice “criolla”, pero es Argentina ésa también). Ser patriotas es ser responsable, comprometido con un crecimiento personal y grupal, interesándose en los temas que afectan al país, es no darse vuelta, es no decir “esto no me importa”, es no ser indiferentes al dolor, carencia o problema ajenos. Ser patriota es estar involucrado, comprometerse y meterse, discutir, intercambiar opiniones, quejarse ante los organismos que correspondan y no solamente en charla de amigos; es no utilizar la fuerza para obtener lo que “yo” quiero. Ser patriota es no saltar solamente cuando nos tocan el culo…es saltar cuando se lo tocan a otro también. Ser patriota es respetar a los demás.

Llevar la camiseta DEL PAIS puesta todos los días, cuesta más que llevar la de la selección; pero hasta que no nos la pongamos todos los días, no vamos a dejar de ser sólo un equipo de fútbol, hockey o rugby.

Frasquito

¿Cuántas veces puedo equivocarme? ¿Cuántas veces puedo estar en el lugar equivocado en el momento adecuado? ¿Me importa? Sinceramente, no.

No puedo pasarme la vida quejándome por algo que no tengo en este momento. No puedo llorar por las cosas que me perdí…se fueron, ¡chau! No están más. Entonces, ¿para qué preocuparse? ¿Quería estar ahí, quería realmente eso que seguramente iba a obtener? No. Aunque….quizás un poquito sí…

A esta altura del día y de la vida, sé que lo que quiero es un poco más difícil de lograr, de tener. Lleva tiempo. También se vale de la casualidad, del destino, la suerte, la coincidencia, o quién sabe bien de qué cosas más. Tarda en llegar. Hace rato que espero. No es que me haya sentado esperando a que algo sucediera, a que me llegue. Salí a buscarlo. Fui por aca, fui por allá. Pasé un poco de costado. Miré de reojo, hacia atrás, por las dudas si justo, justo después de que yo había pasado, pasaba él. Pero no.

Volví sobre mis pasos. Me asomé en alguna que otra esquina, entré a un bar, a un shopping, salí a la calle, anduve en la ruta, me meti en Internet, fui al dentista, a la panadería, fui a la facultad, a hacer distintos tipos de cursos, fui a cenar y a tomar algo con amigos y amigas, viajé a provincias, a distintos países. Me corté el pelo, me tosté al sol, me volví a cortar el pelo; jugué al rugby, al volley, al Pictionary, al carrera de mente, a negocios en la gran ciudad, a la escondida, al cuarto oscuro, a verdad o consecuencia, al juego de la vida.

Literalmente, inventé nuevas maneras de acercarme, insólitas algunas. Escuché, intenté comprender, hablé - hablé mucho – escribí y pensé, también mucho. Ayudé, di mi opinión, rescaté de los naufragios (ajenos y propios) lo que pude, empujé, motivé y despaché gente hacia adentro y hacia fuera de mi vida. Y sigo pensando.

Hay profundidades que asustan: las del interior de cada uno. Mucho más, cuando es alguien de afuera el que las alcanza, como generalmente me sucede a mi. Soy un intruso, un invasor. Pero no es que haga esto adrede, simplemente es la manera en la cual evalúo y analizo mis propias cosas, mi propia vida. Y cuando entro en contacto con otra persona, generalmente, busco esas profundidades… Ése es mi problema. La mayoría de las personas no ven con agrado que bucee en ellos y menos si hace poco tiempo que las conozco.

No digo que esto me suceda con todo el mundo y con cada persona que me cruzo y crucé por la vida. Hay personas que no despiertan ni mi más mínimo interés. Y hay otras que despiertan y responden a intereses particulares.

Las frases más comunes que he escuchado a lo largo de los años son: ”No sé“, “No te quiero lastimar”, “Dejemos que las cosas fluyan”, “Me encantaría, pero no puedo”, “Perdonáme”, “Te quiero”…todas dichas de labios distintos, con algunas repeticiones. Y sí se sabe, y sí lastiman, y las cosas fluyen – como engrudo reseco al sol - , y no me animo. Mentiría si dijera que las ultimas dos frases no las sentí. Sentí cada uno de los “Perdonáme” y de los “Te quiero” que me han dicho esos labios, que alguna vez besé.

A veces la gente le teme a sus propias profundidades, sin darse cuenta de que su interior grita. Lo que pasa es que ya casi nadie lo escucha, nadie le presta verdadera atención, muchas veces ni sus propios portadores. Y este es otro de mis problemas, yo escucho, presto atención.

A mi ya no me grita, me habla. Y a veces, lo escucho.

Todos los días, miles de personas salen a la calle encerrados en su frasco de vidrio, como los barquitos, como el grano de arroz con el nombre escrito que se vende en las ferias. Y me imagino que muchas veces se preguntan cómo llegó eso ahí adentro. “¡Hey! ¡Ustedes lo pusieron ahí!”, les grito. En alguna carta, me referí a la distancia entre dos personas desconocidas como un abismo. En el caso de personas conocidas voy a poner en juego otra palabra, menos coqueta, pero más apropiada. Se me da por pensar que esa distancia sea, quizás, una zanja, un canal… dependiendo de la magnitud de la distancia en cuestión. Nosotros trazamos los límites de nuestro exclusivo territorio interior y decidimos quién pasa y quién no. Por eso molesta cuando llega un extraño con habilidades para la infiltración. Nos quedamos sin defensas efectivas, pocas cosas podemos ocultar.

A veces, cuando dos personas se enamoran, es como si se chocaran y rompiera uno el frasco del otro…y las cosas, aunque cueste creerlo…se expanden, explotan en un fuego dulce que da la sensación de ser eterno.

Yo soy un infiltrado... me meto en frascos ajenos, esperando la oportunidad de chocar, de romper mi frasco y el de alguna mujer…

Mi interior me habla y me recomienda que, por ahora, me meta en mi frasco por un tiempo…para recuperar algo de fuerzas, encontrar cierta paz, descansar un poco de emociones que ya estoy un poco cansado de repetir. Ya busqué, ya esperé, ya entendí, ya intenté, ya hablé, ya escuché….y, seguramente….lo seguiré haciendo.

Wishful thinking

Me pregunto porqué le hemos dado tanta relevancia al éxito, a lo que tenemos o podemos tener; ¿porqué estamos dispuestos a aparecer en la TV a cualquier costo, porqué desfallecemos por la atención de los medios? Estamos tan enfocados en las cosas equivocadas. Solamente nos hacemos tiempo para pensar cuando las cosas no salen bien, pero raramente nos tomamos el tiempo en nuestra vida cotidiana para pensar cuando las cosas van relativamente bien. ¿Porqué tengo la sensación que nos hemos olvidado que somos solamente personas, que podemos disentir respecto a cómo disfrutamos la vida, pero que la disfrutamos de igual manera, que todos vivimos y morimos y la única diferencia entre nosotros es el tiempo que tardamos en llegar al final? ¿Qué nos ha pasado, Humanos? ¿Hemos olvidado lo frágiles que somos? ¿Por qué solamente somos concientes de la importancia de la vida cuando ésta se ve amenazada? ¿Por qué llamamos estrellas a actores, actrices y celebridades si las únicas estrellas son las que están en el cielo, arriba nuestro? ¿Por qué nos creemos tan importantes o estamos más elevados que el resto de las criaturas de este planeta? Hasta ahora, hemos demostrado más capacidad para destruirnos que para cuidarnos los unos a los otros. ¿Porqué somos incapaces de darle verdadera importancia & comprometernos con la raza a la cual pertenecemos? ¿Por qué es más importante luchar por dinero o poder, que por Sabiduría? Al paso que vamos, vamos a agotar nuestro planeta, y no habrá poder ni dinero capaz de salvarnos – pequeños seres – de la falta del aire que tanto precisamos.

Debemos comprender que todos tenemos nuestras naturales limitaciones humanas. Siempre deberíamos intentar entender. Siempre deberíamos evitar – a cualquier precio – lastimar a alguien o a algo. Esa es la única manera que creo que podemos hacer un mundo mejor para nuestros padres, hermanos y hermanas, hijos e hijas.

Por hoy y por el futuro, tenemos que dejar el odio de lado. Esto no significa necesariamente que tengamos que estar de acuerdo en todo, pero que debemos abrazar estas diferencias y aceptarlas como tales. Sin importar raza, religión, origen, lenguaje, o cultura. Aceptemos las diferencias y abracemos al mundo.

Carta a un suicida

Cuando alguien muere, sea por el motivo que sea, un grupo de personas se reúne a darle ‘el último adiós’ a tu cuerpo. Algunos irán realmente acongojados, tristes. Otros mirarán el reloj a cada instante, preocupados por quien sabe qué cosas. Generalmente, los que te sentimos más cerca, los que realmente llegamos a ser afectados, los que vimos tu luz, tendremos un dolor más grande, empeorado por las palabras que nos quedaron adentro sin decir y por una culpa inmensa por no haber podido hacer suficiente para demostrarte que esta vida vale la pena. No quiero que eso me pase a mi.

Por eso, en esta noche, escribiré lo que diría en tu entierro, para que lo leas ahora, en vida.

“Conocí a X hace solamente unos meses atrás. Sin embargo, creo que realmente llegué a conocerlo ayer, a raíz de horas y horas de charla. El tipo que conocí hace unos meses difiere un poco del que conocí ayer.

Yo conocía un X lleno de vida, alegre y jocoso, pero sin embargo, bastante reservado. No sé si por voluntad propia o no, pero el chico, el nene X, tierno y soñador, enamoradizo y sensible dejaba verse en algunas miradas, en algunas actitudes y en su carcajada inconfundible, que se podía distinguir en un estadio de fútbol (lleno o vacío).

Cono no podía ser de otra manera, el conocimiento del otro X, el de los ojos rojos aguantando algún lagrimón, el que fumaba un Parisiense atrás de otro, el que se refugiaba en el último rincón del castillo, vino de golpe. Blanco o negro.

Asumo parte de mi culpa hoy, ante Ustedes, de lo que pasó, de estar reunidos hoy aquí; por no haber encontrado las palabras que me hubieran permitido ir abriendo una a una las puertas para llegar a él.

Quizás me hubiera gustado que hoy asistiéramos al entierro de sus pensamientos más oscuros, al entierro de un amor y un dolor que lo torturaban; al entierro de sus preocupaciones por el porvenir (siempre incierto), al entierro del Negro. Me hubiera gustado haber sido capaz de mostrarle (sinceramente no sé cómo lo hubiera hecho) algún amarillo, algún verde, azul o rojo y tornar su manera ‘monocromática’ de ver la vida y las cosas, en una paleta de 60 millones de colores.

Creo que lo que más feliz me hubiera hecho sería haber tenido la posibilidad (veinte años adelante) de sentarme con él en alguna de nuestras casas, a tomar una cerveza o comer un asado, mirar hacia atrás y decir: “Blanco, amarillo, verde, rojo, azul….¿qué pasó con el negro?....”

Ahí están. Ésas serían las ultimas palabras que le diría a tu cuerpo. Pero no te irías sin algún reproche, lo lamento. Te preguntaría, sin esperar respuesta, si lo que hiciste no fue egoísta. ¿ Porqué nos dejaste, X? ¿Porqué no viste más allá de tu dolor? ¿Porqué nos hacés sentir tan tristes a los que te conocimos? ¿ Porqué no fuimos lo suficientemente buenos para que compartas tu vida con nosotros? ¿ Porqué reemplazar todo lo que nos hubiéramos podido decir por un ‘bla…’? ¿Cómo podés estar tan seguro de cuánta gente te quiere y de cuántos te vamos a extrañar?

No nos abandones, amigo!!!

Momento fantabuloso

Hoy tuve uno de esos momentos fantásticos en los cuales parecí deshacerme del tiempo. Como no podia ser de otra manera, vino acompañado de música.

Siento que muchas veces la vida cotidiana nos hace olvidar de la vida misma. A veces, estamos tan obstinados a cumplir un objetivo, que nos olvidamos de todo el resto de las cosas que componen la vida, de todas aquellas pequeñas cosas que, en definitiva, nos hacen sentir vivos, cosas por las cuales vale la pena vivir.

Destrocé el tiempo, no tenía ni un reloj, ni un celular, ni un teléfono que me recordara que todavía estaba en este planeta. Fue, simplemente, fantabuloso. Gracias, Vida, por recordarme que estoy vivo, que SOY; aunque no sea nada, aunque mi vida no tenga importancia mas allá de las pocas personas que me conocen, más allá de que no trascienda mi existencia cuando se extingan los latidos de mi corazón; mas allá de ser un recuerdo borroso en las vidas de algunas personas y sea una imagen, una sensación, y una sonrisa presente en otras.

“That is that and this is this…” je je..

"Reta"

RETA (Oct-1999)


Nubes de polvo llenan mis recuerdos. Recuerdos de una playa desierta, de una casa amarilla en la cual encontré algo distinto. Mi tiempo, mi espacio, el de cada uno. Las charlas, el cielo azul. Siluetas que se transportan hacia la noche, guarida de corazones. La delgada línea entre lo debido y lo querido. Tan poco parece llegar hasta aquí. Tan poco que ni siquiera nosotros mismos llegamos. Nos perdemos mientras vamos llegando, respirando este aire enrarecido que nos envuelve; nos transformamos por infusiones hechas con agua bruja, atratapadora de penas, liberadora de sueños. No se puede determinar si son un conjunto de almas perdidas o encontrardas, si no es más que un accidente en un momento único e irrepetible en el tiempo que dejará sus huellas en nuestra mente.


Las marcas en la arena son los registros de todo lo que sucede en nuestros corazones. El mar es el amor sanador que las borra, que nos da vida nuevamente. El cielo estrellado en esta noche, es el horizonte de nuestras esperanzas, puestas en ningún lado, situadas más allá de nuestra imaginación. El silencio es el grito del espíritu, de nuestra consciencia, de nuestra humanidad reprimida. La voz no se oye......pero no es necesaria, son los corazones los que hablan, sin mediadores.

"Consciencia"

¿Qué transporta al hombre de estados de conciencia desde la inconsciencia? Muchas veces me parece que este cambio, esta "iluminación" de la mente es producido por hechos que afectan el pensamiento y el sentir del hombre de manera profunda. Culpo al amor, a las situaciones difíciles y a la razón de tal cambio. Ni siquiera sé porqué utilizo la palabra "culpo" ya que este traspaso no debe verse como un error en la conciencia del hombre, sino mas bien, como una bendición. Son los estados de conciencia los que nos brindan la posibilidad de un cambio sustancial en nuestra existencia. No debe verse como molestias, impedimento o trabas en la vida del hombre. Los que así la ven son caracteres grises que no comprenden el sentido de la vida.

Avasallemos la inconsciencia, la pereza y la inercia con un acto heroico de avasallamiento (no lo repito sin saber, sino todo lo contrario) de la existencia presente, exonerando al alma de la culpa de no haber cumplido con obligaciones superfluas que entorpecen nuestro avance hacia el superhombre. No nos dejemos engañar por el apremio del tiempo y del espacio, ni por las limitaciones que nosotros u otros hombres depositan en nosotros.

Nada mas.