jueves, 6 de marzo de 2008

San Valentín: El parto de los tímidos

Comenzando el mes de febrero empiezan a aparecer cartelitos y publicidades varias respecto a esta fecha tan “especial”. El día de los enamorados se aproxima. Promociones varias de viajes, de cenas, de bares, de eventos, espectáculos y salidas a granel. Todo es dulzura, cupido y corazones. El dos por uno no presidiario – o sí, dependiendo de la situación de la pareja en cuestión.

Si es un día de plástico inventado por el marketing, importado de otras latitudes, si san Valentín fue santo o no, queda fuera de todo cuestionamiento. Solo o en pareja, corresponde enviar un par de tarjetas virtuales (las de papel y escritas a mano las mandan solamente aquellos que están en los primeros meses de noviazgo), escribir en el nick del MSN “Felíz día de San Valentín!” – con varios signos de admiración y alguna que otra carita sonriente, un corazón, una estrella, un sol. Los buenos días ya no son “¡Buenos días!” sino, “¡Feliz día!” (con caritas acorde).

Flores. Flores por todos lados. Uno sale a la calle y da la impresión de encontrarse en el medio de la selva amazónica. Uno, dos, tres puestos de flores en una cuadra. Algunos nacieron del asfalto mismo, no estaban ahí escasas horas atrás. Pero si uno tuviera la loca idea de comprar un ramo – después de mucho pensar – todas esas maravillosas flores desaparecieron y solamente nos queda elegir entre los ramos malos y los menos peores.

También, el 14 de febrero es un día de parto para aquellos que guardan en secreto ese amor hacia esa persona en lo más profundo de su ser. No fueron capaces de demostrarlo abiertamente durante los 364 días anteriores, pero no pueden dejar pasar un día más sin dar alguna señal y mucho menos este día. Entonces se rebanan los sesos buscando cualquier excusa, pensando el mejor momento del día para hacer la gran jugada. “Ok, tranquilidad ante todo. ¿Bombones? No, demasiado…y engordan. ¿Tarjeta? No me alcanzaría una tarjeta de doscientas páginas para escribir lo que siento por vos. ¿Flores? No, es muy común. Además, ¿cuáles le gustan? ¡Ahá, lo tengo! ¡La invito a tomar algo después de salir de la oficina! ¡Cómo no se me ocurrió antes! Pero, si la invito a tomar algo va a pensar que soy un tacaño, que no soy capaz de gastarme una cena en ella. ¿Y si la invito a cenar? Podría resultarle intimidante. Claro, imagináte…así de la nada, una cena romántica y yo hablándole cuatro horas acerca de lo maravillosa que es, contándole que estoy enamorado de ella desde el día que nació, aunque no la conociera. Es un poco fuerte. ¡uy, ahí viene!” Ya le transpiran las manos, siente que la voz se le va a quebrar, que no va a emitir sonido. La mira y le dice un “Hola” (así de chiquito), . Justo la impresora de matriz de puntos empezó a imprimir y ella no escuchó nada. En eso, entra en escena otro compañero de trabajo esquivando a nuestro “ente pensante”, se acerca a ella sonriente: “Hola, ¿cómo estás? ¿Tenés algo que hacer después del laburo…?” (así de grande). Y el otro gritando para dentro de sí “¡Caradura!¿Adelante mío le preguntás eso?¡Sí, tiene que hacer! ¡Va a a cenar conmigo, papafrita!” Mientras, el adelantado sin esperar respuesta, sigue “…porque si tenías ganas, conozco un lugar acá cerca que hay un barman de Sierra Leona que hace unos tragos con patas de rana y alquitrán que te hacen desear nunca haber nacido” (lo que diga es totalmente irrelevante para el otro). Al tímido se le inyectan los ojos en sangre, el corazón le late a 240 pulsaciones por minuto y siente una furia que se apodera de su interior, amenazando con estallar. Maldice a ese compañero, su determinación, su pelo de galán, la ropa impecable. ¡Le envidia hasta lo blanco de los ojos! Sigue gritando para adentro “¡Mal nacido! ¡Hijo e’ tu madre! ¡Me robaste la idea, confesálo! Sabías que yo la iba a invitar, ¡LO SABÍAS!”. Ella sonríe – con esa sonrisa que solamente las mujeres pueden dibujar en su cara, mezcla de niña y femme fatale – y acepta.

Entonces, el adelantado nota la presencia de el otro y lo saluda “Hey, nene, ¿todo bien?”. El otro indignado – pero no queriendo demostrarlo – responde al saludo con una sonrisa dibujada por una persona con mal de Parkinson “Bi-bi-bi-bien, bien, todo bien. Disculpáme, me tengo que ir”. Y sale caminando rápido y nervioso (no es alusión a película alguna, pero podría decirse que de sus zapatos salía humo). Mientras se aleja por el pasillo se dice: ”Al final era una arrastrada…al primero que vino le dio la sonrisita y le dijo que sí. Y ¿qué me importa? Hoy hay una maratón de la primer temporada de Lassie…Sí, mejor que no le dije nada, no tenía muchas ganas igual. Además, hay un ‘San Algo’ todos los días y ahora que me acuerdo… ¡soy musulmán!”.