jueves, 14 de agosto de 2008

Yo conmigo mismo

¿Qué hacer con todos estos pensamientos, con todas estas ideas? ¿Qué estoy haciendo de este invierno, además de hibernar, de quedarme guardado en esta cueva?

En este último tiempo, tengo la sensación de que han pasado muchas cosas, pero que no he hecho demasiado. Es cierto: pasaron los días con sus interminables noches. Insomne quién sabe por qué motivo, estiro estas horas de pensar en todo y en nada. Apoyo la cabeza en la almohada y miles de ideas se me cruzan por la cabeza; muchas cosas por hacer, sobre las cuales escribir, sobre las cuales actuar. La vida no se detiene y yo tampoco, aunque a veces tenga la sensación de que me lleva cierta ventaja. Me levanto de la cama, busco abrigo, pongo el agua para los mates y me siento delante de la PC. Son las 3 de la mañana. No hay nadie con quien hablar, salvo yo mismo…y, la verdad, a veces me aburro de mí. Creo otro yo, y también me aburro de él, a medida que más y más noches y más y más días me/lo escucho hablarme.

No es que lo que tengamos para decirnos no sea interesante; más bien es la cantidad de cosas interesantes que nos decimos y pensamos y unas ganas irrefrenables - como un instinto animal - de llevarlas a cabo a cada una de ellas, en un minuto. Sabemos que somos impacientes y al mismo tiempo sabemos que ninguna de las cosas que pensamos pueden lograrse de un día al otro. Pero lo intentamos igual.

¿Qué vamos a hacer con el país, cuál es la mejor manera de solucionar los problemas que tenemos? ¿Cómo hacerle entender a la gente que hace falta ser un poquito menos egoístas, un poquito menos prejuiciosos, un poquito menos agresivos, un poquito menos ambiciosos y darle al otro (a ése extraño que está fuera de nosotros) un trato más humano? ¿Cómo lograr que la gente abra por voluntad propia las cajas en las cuales guardan su humanidad? Da miedo. Nos preocupa el daño. Lo mismo pasa con la sensación de que vivimos en un mundo agresivo, violento, sin piedad. Por lo tanto, creo que vale la pena hacer la siguiente aclaración: en el mundo, hay más personas buenas que malas. Si todos fuéramos tan malos como se nos muestra, el mundo viviría en una anarquía absoluta. El problema reside en que lo bueno no vende. La violencia, las guerras, los asesinatos, las violaciones, las muertes, el sexo, el éxito fácil, rápido, material y superficial, cualquier escándalo, tiene mucha más y mejor prensa. En un mundo compelido a buscar siempre vender más, a superarse en números, en shock, en impactar, resulta casi natural que así sea. Lo peor es que nos acostumbramos. Lo que ayer nos causaba estupor, nos impresionaba, nos indignaba, hoy casi, casi pasa desapercibido.

En los medios se nos muestran imágenes segundo a segundo de cuán importante es alcanzar el éxito sin importar cómo se llegue a él. En una sociedad ignorante y con valores morales en decadencia, esto pega muy fuerte. Es, de alguna manera, querer resumir a la Vida a absolutamente nada. No importa el viaje, las vivencias…solamente importa llegar; cuanto más rápido mejor. Todos queremos ser excepcionales, no toleramos la “normalidad”. La normalidad es aburrida…y por eso nos llenamos la cabeza de pelotudeces de la vida de otras personas mediáticas, las cuales parecen mucho más interesantes que las nuestras. ¿Cuántas horas de TV hay dedicadas a hablar de culos, tetas, de quién se acostó con quién, de la casa que se compró Fulano, de que Mengana sale con Sultano? Por un momento creemos que la verdadera vida, la que vale la pena vivir es así, y que la vida es eso.

De la misma manera en la cual veneramos el éxito, la guita, la superficialidad, hacemos lo propio con la pobreza. ¡Cómo nos gusta hablar de la pobreza! La pobreza la relacionamos con dos cosas: el delito y, paradójicamente, a una especie de “santidad”. No se puede ser honesto con plata y tampoco se puede ser pobre sin ser delincuente o se puede ser pobre y honesto, pero pensamos que hay muy poca de esa gente. Así de contradictorios somos. La honestidad, la moral, el amor, la maldad, el odio, no están ligado a una clase social, pueblo, raza o religión. Todos estos defectos o virtudes son inherentes al ser humano. Pero nos gusta encasillar, nos gusta poner etiquetas, nos gusta fijarnos en aquellas cosas en las cuales somos diferentes y no en las cuales somos iguales o parecidos. Así, vamos tejiendo una compleja red de diferencias que nos alejan cada día más de lo que somos…basándonos en parámetros artificiales, que cambian cada tanto, dependiendo la moda que impere.

Nuestro afán de más, mejor y más rápido, parece – por momentos – fagocitarse el sentido mismo de la vida.

Pero, ¿qué se yo de la vida? Soy un nabo más con insomnio que se sienta a escribir. Soy solamente uno más que, como muchos de Ustedes, se sienta a veces a pensar un rato la vida, en dónde se está parado. No pretendo reinventar la rueda. No tengo nada nuevo para decirles. No voy a decirles nada que no hayan escuchado ya en la boca de alguien o leído en algún lugar, o escuchado en alguna canción. Quizás escriba para no olvidar ciertas cosas, para no perderme, para no olvidar lo que soy y quién soy, para sentirme único y distinto en este menjunje…o quizás escriba para ver si escribiendo, puedo recuperar el sueño.