lunes, 29 de diciembre de 2008

El Clima

Y la ciencia no exacta detrás de él.

Pocas veces en la historia del mundo (sí, quizás esté exagerando un poco) se ha equivocado tanto y tantas veces el pronóstico del tiempo como en los últimos veinte días.

No sé Ustedes, pero soy un enfermito de fijarme a cada rato las actualizaciones del clima de la página del Servicio Meteorológico Nacional. No interesa si tengo algún plan o no que se pueda ver afectado por lluvia, sol, granizo, vientos fuertes, torbellinos, huracanes, ceniza volcánica, etc., etc. Miro el pronóstico con la misma fe con la cual leo el horóscopo todos los domingos. Pocas veces les creo, pero ante la duda prefiero saber si van a caer sapos del cielo o qué secretos guardan los astros para la semana que comienza.

Todos sabemos que pronosticar el tiempo no es nada fácil. Científicos con aparatos complejos estudian los movimientos de los vientos, las nubes, las masas de aire frio o cálido que se aproximan y transitan en nuestro gran cielo argentino. Cálculos matemáticos más complejos que los aparatos, ábacos informatizados que pueden sacar la raíz cuadrada hasta de un gallego. Impresionante.

Hace poco, se pronosticó casi casi el diluvio universal. Después de algunos meses de sequía, los dibujos animados de la página del SMN mostraban sólo nubes con rayos, gotitas de lluvia cayendo por doquier. Se advertían vientos fuertes del sud-este, rotando hacia el sud-oeste y la posibilidad de granizo.

No sé si habrán notado que, hasta hace no mucho tiempo el granizo casi ni existía o importaba muy poco. Pero, ¿qué pasó que ahora es tan importante? Algunos años atrás, cayó granizo del tamaño de Júpiter y nosotros, pobres ciudadanos desprevenidos, sufrimos las consecuencias no sólo en la carne, sino en la chapa de nuestros autos que circulaban o estaban estacionados a la intemperie. Después de este desafortunado acontecimiento, millones de personas comenzaron a enviar cartas y hacer manifestaciones, preguntando por qué el Servicio Meteorológino Nacional no les había avisado que semejante tragedia iba a ocurrir. A partir de ese día, se agregó la línea “probabilidad de granizo” en el pronóstico de todos los días, en todas las ciudades del país, inclusive aquellas en las cuales la posibilidad de que caiga granizo es tan alta como que Maradona vuelva a la selección (¡Ah!, ¿ya volvió?).

Estaba rogando que lloviera. El pasto estaba amarillo; mis azaleas estaban deprimidas por demás (esto es: hojitas cabizbajas, ramitas en forma de “U” invertida y una mirada triste, tristísima). “¿Riego? ¡No! Si hoy llueve y mañana también. Si llueve pasado mañana, será mejor que vacíe la pileta, la pinte y la lluvia todo poderosa se encargará de llenarla”, pensé. A medida que avanzaba el día previo al de la supuesta lluvia, el cielo se había tornado gris, empezaron a soplar ráfagas de viento. Hacia la noche de ese mismo día, no se veía una estrella. Estaba todo listo y me fui a dormir tranquilo, con una sonrisa en la cara pensando que por lo que decía el pronóstico, por las condiciones meteorológicas y porque veía a las hormigas corriendo de un lado al otro enloquecidas, al día siguiente, la bendición de la lluvia caería sobre mi mini desierto de naturaleza en terapia intensiva y muchas ganas de vivir.

La mañana siguiente me desperté a las seis. Puse el agua para los mates con cara de dormido y, como suricato saliendo de su madriguera, corrí las cortinas despacio. Los pájaros cantaban contentos. Me los imaginaba con una barra de jabón en un ala, pasándosela por debajo de la otra, dándose la ducha de su vida. Imaginaba una bandada de garzas chiflonas hurgando el suelo en busca de bichitos, dándose un festín digno de reyes. Imaginé hasta una ballena –que había llegado quién sabe cómo– sentada en los escalones de la pileta, pidiendo algún pescado, como si fuera un perro esperando su ración de comida matinal.

Cuando pude ver hacia afuera, todo se mantenía igual. Las azaleas me miraban como preguntándome “¿Y el agua, macho?”. Pensé que ya había llovido, por lo cual salí a comprobarlo. El pasto, como en un acto de protesta, se había retirado casi por completo, dejando a la vista un cacho de tierra mugrienta y seca; era una escena de pueblo fantasma del far west, pero sin el cardo que pasaba rodando…espero dos minutos y…pasó el cardo, mientras que las puertas del Saloon se movían en vaivén por el viento, que no había cesado. El cielo estaba límpido y celeste. Temperatura: 27ºC. Humedad: 25%. Y eran sólo las seis y cuarto de la mañana.

Volví adentro y me fijé de nuevo en la página del Servicio Meteorológico Nacional. ¡Eran todos soles para los próximos cinco días, ni granizo anunciado había! ¡Alguien se había robado mi lluvia!
Resignado, busqué la manguera y me puse a regar. También aprovechando el sol, lavé el auto. Después de cuatro horas de arduo trabajo, ya tenía casi todo el parque regado, el auto lavado, limpié los vidrios, todo hecho una pinturita.
Entré dos minutos para calentar más agua para más mate. Escuché unos ruidos raros afuera, a los cuales no les presté demasiada atención. El viento se había tornado intenso; podría decirse que era un viento “enojado”. ¿Con quién? No lo supe. Se notaba que había menos luz. Yo seguía en mi postura de no prestarle atención: “¡Clima, te estoy ignorando!” Quizás Godzilla se había parado justo en frente del sol y estaba haciendo sombra en mi ventana. Quién sabe.
Empecé a escuchar ruido a golpes - ramas que caían sobre el techo. Después empecé a escuchar ruido similar al de la lluvia. Miro hacia afuera y… ¡estaba lloviendo! De golpe –como generalmente sucede– el ruido se hizo más fuerte y más contundente, ¡era granizo del tamaño de Saturno, en estado completamente sólido, con sus respectivos anillos incluídos!

Vuelvo a fijarme el pronóstico: día 1: lluvia. Día 2: lluvia. Día 3: lluvia. Día 4: lluvia, granizo, sapos, jirafas y vientos huracanados. Pero, ¿qué es esto? ¿El INDEC? Imaginaba a los pronosticadores desesperados en su salita minutos antes, corriendo de un lado al otro con los ábacos y algún otro de sus elementos sofisticados y complejos en cuyas pantallas se leía: “Error fatal en el módulo 3746329, comuníquese con soporte técnico. Código de error Número: 6238x8223ooo923778236/4.34”. Mientras, el operador encargado de actualizar la página, gritaba en pánico: “¿Dónde están los dibujos de la lluvia? Robertooooooo, ¿dónde los metiste? ¡Decime rápido porque si no subo la foto de tu mujer, que la tengo más a mano!”.

Mientras esperaba que una grúa sacara un “granizo” del techo del auto y me fumaba un cigarrillo, pensaba qué lección podría sacar de esta experiencia. Me acordé de mi amigo Martín, que se había quebrado una de sus piernas algunos años atrás. Me acordé de un viaje a Córdoba en el cual le empezó a doler su hueso maltrecho y de su “Va a llover, me duele el hueso”. Obviamente, como al pronóstico, como al horóscopo y como al INDEC, no le creí. A la media hora se largó un chaparrón que nos hizo imposible continuar manejando.
Entonces, por más que haya muchos años de ciencia y de tecnología en la predicción del tiempo, mejor le pregunto a mi amigo Martín si le duele el hueso de su pierna. La tecnología puede fallar, los huesos rotos…no. Quizás le rompa la otra pierna, para saber si con esta nueva quebradura pueda decirme si cae granizo o no.