Poniendo la creatividad a disposición del abandono de la soltería
La vida en la ciudad, y su correspondiente concentración de gente, brindan a sus habitantes posibilidades que no pueden darse en otros centros menos poblados del País.
En las ciudades o pueblos “del interior” (¿Buenos Aires está en el exterior? No lo sabía), le gente se conoce más, se conocen entre sí, lo que muchas veces inhibe el proceder del sujeto de esta columna: el soltero. Que Fulana es la hija de Zutano, y ojo que es un viejo muy jodido y cascarrabias; además estuvo de novia con Mengano, que es amigo de un amigo mío, por lo cual, sería casi inmoral que me atreviera a invitarla a tomar algo. Todos se relacionan entre si, de alguna u otra manera. No hay oportunidad de hacer un movimiento sigiloso sin que no se entere alguien. Peligroso es navegar en esas aguas. Por ese mismo motivo, los solteros se van a pueblos vecinos (pero lo suficientemente alejados) para hacer sus enchastros.
La ciudad, además de estar colmada de gente que pocas veces saluda a su propio vecino – inclusive cuando se lo cruzan el ascensor todas las mañanas – cuenta con millones de “pueblos cercanos” en cada barrio: millones de conocidos-desconocidos, yendo de un lado al otro, haciendo lío “delegación a delegación”. Hay que agregar a eso que la ciudad cuenta con la mayor cantidad de abonados a internet del país, lo cual facilita aún más las cosas. No saludamos al vecino en el ascensor, porque a veces nos da vergüenza o no tenemos ganas, pero saludamos con el “Hola” más alegre a cualquier extraño que aparece en una sala de chat, página de redes sociales, o de citas. No hay medio válido o inválido para esto, en definitiva si coincidimos en un determinado lugar y actuamos de determinada manera es para un solo objetivo: conocernos (ellas y ellos, ellos y ellos, ellas y ellas, ellos más ella más ella, etc.).
Lugares frecuentes: bares, restaurantes, boliches, recitales, muestras de arte, charlas, gimnasios, los bosques de Palermo y Costanera sur (para los “deportistas”). Sin embargo, hay algo que le escapa al soltero común que no logra apreciar el potencial total de ciertos eventos en auge en estos tiempos: las marchas de protesta.
Si uno se toma el trabajo de ponerse a contar las innumerables manifestaciones que suceden en una semana en la City, se dará cuenta de que hay una variedad importante de la cual elegir. Siempre es recomendable encontrar aquellas manifestaciones a las cuales nuestras ideas sean más afines. Por ejemplo, no sería demasiado productivo participar en una marcha de una organización Marxista-Leninista enfundado en un sweater Tommy, pantalón de vestir, zapatos náuticos y los pelos enmarañados con una buena cuota de gel. La pluralidad tolera solamente ciertos límites.
Alguien podría llegar a pensar que pasar algunas horas en el medio de una muchedumbre casi sin espacio para moverse, transpirado y a los pisotones, no sería el ambiente más propicio para el caldo de cultivo de una relación; no se preocupe: es lo mismo que ir a bailar, pero con menos ruido y la posibilidad de diálogo. No corren en este escenario artilugios viejos, como la injusticia, que sí funcionan en otros lugares. Arrancar una conversación tocándole el hombro a la chica que tenemos adelante (después de estar analizando su figura por media hora) y decirle “Hola, ¿Cómo va? ¿Siempre venís acá?”, nunca va a funcionar, porque en esta situación, nuestra interlocutora – actually – sí escucha lo que decimos. No señor. No es ambiente para el chamuyo barato y berreta. Aquí se precisan neuronas y cierto conocimiento de la realidad cultural, social y política – además de una dicción cuasi perfecta. Siempre hay que hablar de lo terrible que es la situación X del país o, si se conoce del tema, de política internacional (que siempre es un plus).
Mujeres hay en todos lados, es cierto, pero las mujeres que concurren a las marchas van motivadas por algo y, además, van con ganas de congeniarse con sus conciudadanos respecto al meollo de la cuestión. En pocas palabras: están predispuestas al diálogo.
Para los fumadores, iniciar el contacto resulta inclusive más fácil: ella saca el paquete de cigarrillos de la cartera (debemos estar atentos a estos detalles para proceder con celeridad) y nosotros (los “celéridos”) ya tenemos el encendedor en la mano, ofreciéndole fuego – como todo caballero debe hacer. Debe prestársele especial atención a la dirección, fuerza del viento y altura de la llama del encendedor; no sea la cosa que nuestro acto galante termine incendiando la cabellera de nuestra bella donna.
Un último consejo: no pasen solamente su tiempo observando la figura de la Mujer que tienen delante de arriba hacia abajo. Primero que nada, queda mal, y segundo, nunca debemos tener dudas respecto a la compañía o falta de compañía de la dama. Cerciórense de que no haya padre a la vista (especialmente si la fémina es demasiado “jóvena”), ni hermanos celosos ni novios. Padres y hermanos son manejables, pero el sujeto acompañante denominado “novio” no entiende razones. Nunca van a entender “¡Ah! ¿Estás con ella? No sabía”, o “Perdonáme, no me di cuenta”. Su respuesta puede llegar a ser instantánea, violenta y hasta letal.