lunes, 10 de noviembre de 2008

La " Onda"

Navegando en la marea de los estereotipos y los prejuicios.

Creo que en mi columna anterior, quedó claro que no “ondeo” y que nunca “ondeé” (o sea, nunca estuve en la desconocida, desfigurada y fabricada artificialmente “onda”). No sé lo que es tener onda. Me resulta algo tan amplio y tan vago que, después de varios intentos de “ondear”, desistí. Lo que está de “onda” no me gusta cómo me queda. Aunque siempre rescato algo de alguna “onda”, soy un rejunte de “ondas” distintas, dependiendo de la épocas, dependiendo de la ocasión y dependiendo…de la disponibilidad del guardarropas – otro recurso no renovable.

Comprar ropa me resulta engorroso y molesto, mucho más cuando los vendedores/as que me asisten (o deberían hacerlo) me dicen: “¡Ah! Eso te queda bárbaro” y me sobran veinte centímetros adelante de mis patas del ruedo del jean, la cintura me sobra por donde lo mires y el tiro del mismo está debajo de mis rodillas. Bolsillos en lugares extraños y poco prácticos, el del Zippo (ése chiquito que está del lado derecho, como en el borde del bolsillo “normal”) muy chico, etc., etc. “Se usa así” me dicen. Y, la verdad, es que a mí no me importa cómo se usen los Jeans. “¿No tenés un jean normal, flaco? De corte cuadrado, como yo. Gracias.”. La otra cosa son los talles: pido un jean talle 32-32. “No, ese talle no se fabrica”, a lo que respondo: “Ah, ¿no? ¿Y éste que tengo puesto?” Grillos por doquier y la cara atónita del vendedor, que ya fantasea con la idea de que el jean que tengo puesto me lo “alcanzó” un extraterrestre al cerro Uritorco.

Sin embargo estas vicisitudes menores en mi vida sin “onda” no son nada comparado con lo que me pasó el viernes pasado.

Hacía ya un mes que le había puesto el ojo a una cajera de una reconocida cadena de supermercados francesa (Pierre). Las veces que me la había cruzado en la caja, siempre había una cola interminable detrás de mí, con lo cual, no había margen para el diálogo (hay que tener en cuenta el instinto asesino que despierta - a los que están detrás nuestro - el exceso de tiempo entre el último “beep”, el “chriiiin chriiin” de cuando se imprime el ticket y la partida).
La cuestión es que este viernes fui al súper. Antes de entrar al salón de ventas, corroboré que mi cajera superstar estuviera en algún lado. La vi, entré y agarré algunas cosas que no necesariamente tenía que comprar. Raudamente me dirigí a la caja con la precisión de un misil sidewinder en plena guerra del golfo.

Mientras me acercaba a la caja en línea recta desde el fondo del salón, noto la presencia de un factor inesperado en mi gran plan de ataque. Un boy-scout estaba detrás de ella, esperando ansioso poder embolsar las compras del próximo cliente y recibir alguna contribución. “Santos boy-scouts” hubiera dicho Robin, yo me limité a profesar algunos epítetos poco amables al fundador del grupo y la maldita hora en la cual se les ocurrió comenzar con la práctica de “Te embolso las compras y nos das una moneda”.

Llego a la caja. “Hola Elizabeth, ¿cómo estás?”. “¡Ay, sabés mi nombre!”, me dijo con una sonrisa. (¡Beep! Mis tres productos hacían cantar a la maquinita). “¡Por supuesto! Es más, tenía ganas de invitarte a tomar algo hoy o mañana, si podés/querés, como para saber algo más que tu nombre. Sé que estas laburando y no te quiero molestar, pero no me queda otra”. Riéndose alegremente me pregunta si es en serio lo que le digo, a lo cual le respondo afirmativamente. Se sigue riendo (mucho) y me cuenta que la semana siguiente cumple 5 años de novia, que es una novia fiel, etc., etc. “Si nunca te preguntaba, nunca lo iba a saber”, le dije.

Ella seguía riéndose, cosa que ya era extraña. Le pregunto por qué tanta risa. Me mira y me dice: “No, es que….en realidad pensé que eras gay. Disculpáme que sea tan directa”. Después de que superé (en unos 3 nano segundos) el hecho, empecé a reírme a carcajadas. El boy-scout, al que ni miré en todo este tiempo, también se reía. Le pregunto por qué semejante sospecha recaía sobre mi pequeña y no “ondeada” persona y me dice: ”es que sos tan amable”. Me reí de nuevo. Lo miré al boy-scout y mientras sacaba de mi bolsillo normal de mi jean normal unas monedas le digo: “Flaco, hoy te hiciste el día, ¿eh? Primero, porque te estoy poniendo dos monedas de cincuenta centavos en la cajita y, segundo, te pudiste reír a carcajadas con el papelonazo que me acabo de comer”. Palmadita en la espalda del scout y me fui. Todos contentos.

Se me ocurrió pensar en cuántas mujeres que me conocen (un poco) pensarán “¡No, pero si es gay!”. Ante este acontecimiento, no es que vaya a realizar algún cambio radical en mi vida, en mi vestimenta, en mi forma de proceder, pero sí voy a hacerme hacer una remera que en el frente diga “No soy gay…” y en la parte de atrás: “…solamente soy amable”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajaja primeroo me reí a carcajadas me imagino la escena!

Pero, no hagas caso, ya vendrá quien sepa apreciar tanta amabilidad.

Un abrazote.