Cuando se nos roba, generalmente la primer reacción es la indignación, el sentirse desprotegido, desamparado. Máxime si el robo en cuestión ocurrió bajo amenaza con algún arma (blanca, negra, violeta, etc.).
El martes a la noche me robaron. No hubo violencia. No tuve que ser testigo del afano en sí. Pensándolo bien, más que testigo, fui post-igo. Ocurrió mientras yo no estaba.
Ya es sabido que soy un tipo raro pero ante este hecho no sabía si reírme, patalear por algo que ya había pasado o empezar a los gritos. Ninguna de las dos últimas cosas iba a cambiar nada, pero después de superar mi estado de sorpresa, no pude más que reírme y pensar.
La imagen de ver a tu auto sobre 3 ruedas en vez de cuatro ya genera una sensación difícil de explicar. Es una mayonesa de estupor, palabras huecas, pensamientos huecos (del estilo “¿Cómo puede ser?” o “ ¡No lo puedo creer!”. ¡Creélo flaco, estarás corto de vista pero le falta una rueda!). Cuando uno se va acercando reconoce que es su auto, pero quiere negarlo. Está en el lugar de su auto, tiene la forma de su auto y tiene la patente de su auto…aunque recordáramos haberlo dejado con los cuatro zapatos puestos. ¡Oia! Tiene la tirita en la antena como el mío. Uy…creo que…¡ME AFANARON UNA RUEDA! ¡Pero si está estacionado sobre una calle transitada! – pensé. Estos razonamientos tardíos no sirven para nada. Insisto: para nada, ya pasó.
Tuve un viajecito de una hora como para pensar en lo que había pasado y, como generalmente pasa a los que estamos acostumbrados a escuchar que le afanan a todo el mundo, me puse a pensar en lo buenos que habían sido los malvivientes conmigo y cosas inútiles que uno hace porque…es un iluso.
Hay que destacar que los pícaros que me robaron la rueda (seguramente porque tienen hambre y la iban a cambiar por un plato de comida en algún restaurant (de puerto madero) o porque habían pinchado y no tenían auxilio para su auto), tuvieron las siguientes consideraciones con este bípedo de corta estatura: dejaron las tuercas perfectamente ordenadas al costado del auto, como para que no las pateé algún peatón que casualmente pasaba por allí; apoyaron el auto. Si señores, lo apoyaron, nada de andar tirándolo o ponerle un taco de madera o algún otro material…no sea cosa que alguien vaya a pensar que son desprolijos. Más allá de un leve bollo en la chapa producto del esfuerzo de su trabajo para levantar el auto (¿vieron? ¡Se esfuerzan!), no hubo otros daños.
Una de las cosas estúpidas que hice estando parado al lado del auto, fue parar a un patrullero. Mientras le hacía señas para que parara pensaba, “¿para qué los paro?”
- Buenas noches. Sargento Sarasa, para servirle.
- Me afanaron la rueda.
- Veo. Es bastante común en la zona. Ésta no es mi jurisdicción, espere que llamo al comisario Pendorcho de la comisaría #87897, que es la que tiene jurisdicción.
Yo estaba parado tratando de comunicarme con el seguro, haciéndome la misma pregunta que cuando le hacía señas al patrullero: “¿para qué llamo al seguro?”
Desistí de comunicarme con el seguro y escuché lo que decía el Sargento Sarasa, acompañado de “alguien” a quien bautizaremos “Robin” (y no porque sea una maravilla, sino por su tamaño y su voz finita que solamente fue audible cuando dijo “Sí, señor”).
El sargento explicó que ese tipo de afanos son comunes y que “los tipos” se llevan alrededor de diez ruedas por noche. “La deben vender a $700.- Imagináte, 7 lucas por noche. No está mal, ¿eh?” – casi como rumiando la idea de la oportunidad que se estaba perdiendo teniendo un trabajo de sueldo fijo. Después empezó a explicar cómo lo hacían: vienen con un auto bueno, para no levantar sospechas. A veces usan un crique, otras – como parece ser en este caso – se paran dos o tres tipos, levantan el auto y en dos minutos se las llevan.
Ya con el Sargento Pendorcho y su compañero parados, despedimos al Sargento Sarasa y a Robin, que partieron rumbo a su jurisdicción (dos o tres cuadras más allá). El Sargento Pendorcho me explicó que si hacía la denuncia del robo, el auto tenía que quedarse 48 horas en la comisaría para realizarle las “pericias”. “Si el seguro no te pide la denuncia, no te conviene hacerla. Es más un dolor de cabeza que otra cosa”, dijo. Mientras me decía esto, pensaba que aunque ellos supieran que se robaban alrededor de diez ruedas por noche, las denuncias por este tipo de cuestiones menores deben ser a razón de diez a una, reduciendo la estadística de robos a algo cuasi insignificante. Ergo, es un problema por el cual no tiene sentido preocuparse o realizar tareas preventivas.
Ahí entendí para qué paré al patrullero: para que me eduque.
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