Esta es una historia de caballería sin caballos, sin armaduras, sin caballeros puros ni doncellas con su dignidad intacta. No hay castillos, ni ejércitos contra los cuales enfrentarse.
La batalla se lleva adelante en el interior. No de un espacio de algún país, sino, adentro mío. Tenía contenida esta sensación, este fuego, esta imparable y perturbadora cosa. La tenía controlada. La guardaba en una botella de vidrio grueso. Desde afuera se veía el contenido, pero sólo se veía – en definitiva, soy humano. Habitaban en mi muchas otras cosas, que fluían de un lado al otro y en todas direcciones, pero eran varias cosas, muchas…muchísimas, podría decirse. Había música, había libros, había fotografías, había recuerdos, había pensamientos, había ideas, había sentimientos.
Llegaste con tu martillo, rompiste la botella y lo que guardaba empezó a desparramarse. Al principio Eso se mantenía relativamente en calma. Solamente se desparramaba un poco en ciertos momentos y ante determinados estímulos. Y ahí quedaba. Podría decir que estaba acostumbrado a ocupar ése, su lugar. La música, los libros, los diarios, los pensamientos, habitantes ya permanentes – pensé – cada uno de su espacio, seguían ahí, imperturbables, inamovibles. A medida que fue pasando el tiempo Eso empezó a fluir, de a poco ocupando espacios que ocuparon otras.
Hoy, dos semanas después de “quiero tenerte ahora”, Eso lo abarca todo. Ocupó – como generalmente pasa con todo Eso no consumado– absolutamente todos los espacios, cada rincón, cada célula, cada fibra de mi cuerpo y cada segundo de mis pensamientos. Me gustaría escapar de Eso, volver a meterlo en su botella gruesa, pero no puedo. Quiero evitar Eso y, sin embargo, está. Ayer a la noche me despertó e impidió que pueda volver a dormirme.
Mientras cavilaba fumándome un cigarrillo y caminando sin parar, me di cuenta que no tengo que escaparme, ni esconderme de Eso. No tiene sentido tampoco intentar combatirlo, es una batalla perdida. Lo único que puedo hacer para volver a mi normalidad, a poner cada cosa en su lugar es hacer lo que Eso me pide a gritos. Eso tiene tu cara, Eso tiene tu cuerpo…Eso es lo que quiero.
Una mirada torcida sobre las cosas que pasan...y las que no.
lunes, 27 de octubre de 2008
domingo, 19 de octubre de 2008
Antropología urbana
Emos, Floggers, Rappers, Blancanieves y los siete enanitos
Se me dice que vivo en un tupper. No tengo tele, sintonizo radio AM y la música que escucho es en relación a búsquedas en la Web de bandas similares a las que ya escucho. No soy un tipo “de la noche”. Mis salidas son contadas y a barcitos, restaurantes, con amigos. Hace bastante tiempo atrás dejé “las pistas”, nunca fui muy fanático del boliche; el solo hecho de tener que esperar hasta las 2 o 3 de la madrugada para salir no me causa demasiada gracia. A esas horas o estoy durmiendo o estoy “ocupado” en otros menesteres – despierto, pero con insomnio.
Cada tanto, por esa cuestión de que – aunque no lo crean – formo parte de este menjunje desordenado & ruidoso llamado “sociedad”, veo algo de TV y salgo – por un tiempo– de las cuatro paredes en las cuales me encuentro ahora.
Hace algún tiempo atrás, cuando iba a algún shopping o a comprar alguna baratija por ahí, noté ciertos personajes que antes no existían – o por lo menos yo nunca los había visto.
Ropa mayormente negra, ojos maquillados con delineador, un mechón de pelo tapándoles la mitad de la jeta y una expresión de tristeza en todo el cuerpo (desde la expresión en sus caras, hasta la manera en la cual se paran). Parecían un grupo de Playmobils tristes. “¿Se volvió a juntar The Cure?” – me pregunté.
Caminando, me cruzo con otro grupito. El peinado era más o menos parecido, pero un poco más largo y más batido o revuelto. Ropa de colores. Anteojos de sol – a pesar del cielo negro que anticipaba la tormenta del siglo. Cámaras digitales en mano, sacándose fotos entre ellos en distintas poses. Por lo menos había algunas sonrisas. Mmmm… “Alguno escuchará Poison?”
Las sorpresas no terminan ahí. Más adelante me encuentro con otro grupo, quizás más conocido o más identificable para mí. Toda su ropa es ancha, extra large; cadenas de pseudo-oro con medallas que le llegan hasta el ombligo, una gorra con la visera chanfleada hacia un costado. Aguzo la mirada y noto que, ¡se le caen los pantalones! ¡Flaco, se te ve medio trasero! ¡Y, para colmo de males, tenés un agujero en el calzón! Elemental, mi querido Watson: cómo no se les va a ver el trasero si los pantalones son 40 talles más grandes y no tienen cinturón. Además, esa manera de caminar… ¿formarán parte de un grupo de chicos con problemas motrices? Hablan del ghetto, mueven mucho las manos cuando hablan, ponen los dedos de una manera muy rara. A estos chicos definitivamente les pasa algo…o vinieron directamente de los suburbios de Los Angeles y están intentando adaptarse - con poco éxito. Son rappers, pero… ¿estoy en Buenos Aires, no?
Otro día fuera del tupper, prendo la tele – esa fuente inagotable de sabiduría – y ahí los veo, a todos juntos. ¡Ah! ¡Ahora sí! Son Emos, Floggers, Rappers, Cumbios, etc. Cada uno explicando – en un reconocido programa de TV conducido por una mujer que se niega a envejecer – las características de cada una de sus “tribus”.
Wow. Habla un sociólogo. Está explicando todo. Esto debe ser algo importante, trascendental a la evolución de la sociedad. Lo escucho atento. A medida que avanza en su explicación empiezo a notar ciertas similitudes en las características de estas personas con mi ser de hace un tiempo atrás. Interesante. Ahá. Y me surgen las siguientes preguntas, más relacionadas con las personalidades de estas personas: “¿Fui yo un Emo adelantado? ¿Fui un Hippie postergado en el tiempo? ¿Fui un Flogger que carecía de internet y cámara digital?”. La respuesta me golpeó como a un insecto el parabrisas de un auto en la ruta: ¡No! ¡Fui adolescente!
Desde el mi tupper, me despido con la expectativa de saber qué otra tendencia “nueva” se inventará para los próximos 10 años.
Se me dice que vivo en un tupper. No tengo tele, sintonizo radio AM y la música que escucho es en relación a búsquedas en la Web de bandas similares a las que ya escucho. No soy un tipo “de la noche”. Mis salidas son contadas y a barcitos, restaurantes, con amigos. Hace bastante tiempo atrás dejé “las pistas”, nunca fui muy fanático del boliche; el solo hecho de tener que esperar hasta las 2 o 3 de la madrugada para salir no me causa demasiada gracia. A esas horas o estoy durmiendo o estoy “ocupado” en otros menesteres – despierto, pero con insomnio.
Cada tanto, por esa cuestión de que – aunque no lo crean – formo parte de este menjunje desordenado & ruidoso llamado “sociedad”, veo algo de TV y salgo – por un tiempo– de las cuatro paredes en las cuales me encuentro ahora.
Hace algún tiempo atrás, cuando iba a algún shopping o a comprar alguna baratija por ahí, noté ciertos personajes que antes no existían – o por lo menos yo nunca los había visto.
Ropa mayormente negra, ojos maquillados con delineador, un mechón de pelo tapándoles la mitad de la jeta y una expresión de tristeza en todo el cuerpo (desde la expresión en sus caras, hasta la manera en la cual se paran). Parecían un grupo de Playmobils tristes. “¿Se volvió a juntar The Cure?” – me pregunté.
Caminando, me cruzo con otro grupito. El peinado era más o menos parecido, pero un poco más largo y más batido o revuelto. Ropa de colores. Anteojos de sol – a pesar del cielo negro que anticipaba la tormenta del siglo. Cámaras digitales en mano, sacándose fotos entre ellos en distintas poses. Por lo menos había algunas sonrisas. Mmmm… “Alguno escuchará Poison?”
Las sorpresas no terminan ahí. Más adelante me encuentro con otro grupo, quizás más conocido o más identificable para mí. Toda su ropa es ancha, extra large; cadenas de pseudo-oro con medallas que le llegan hasta el ombligo, una gorra con la visera chanfleada hacia un costado. Aguzo la mirada y noto que, ¡se le caen los pantalones! ¡Flaco, se te ve medio trasero! ¡Y, para colmo de males, tenés un agujero en el calzón! Elemental, mi querido Watson: cómo no se les va a ver el trasero si los pantalones son 40 talles más grandes y no tienen cinturón. Además, esa manera de caminar… ¿formarán parte de un grupo de chicos con problemas motrices? Hablan del ghetto, mueven mucho las manos cuando hablan, ponen los dedos de una manera muy rara. A estos chicos definitivamente les pasa algo…o vinieron directamente de los suburbios de Los Angeles y están intentando adaptarse - con poco éxito. Son rappers, pero… ¿estoy en Buenos Aires, no?
Otro día fuera del tupper, prendo la tele – esa fuente inagotable de sabiduría – y ahí los veo, a todos juntos. ¡Ah! ¡Ahora sí! Son Emos, Floggers, Rappers, Cumbios, etc. Cada uno explicando – en un reconocido programa de TV conducido por una mujer que se niega a envejecer – las características de cada una de sus “tribus”.
Wow. Habla un sociólogo. Está explicando todo. Esto debe ser algo importante, trascendental a la evolución de la sociedad. Lo escucho atento. A medida que avanza en su explicación empiezo a notar ciertas similitudes en las características de estas personas con mi ser de hace un tiempo atrás. Interesante. Ahá. Y me surgen las siguientes preguntas, más relacionadas con las personalidades de estas personas: “¿Fui yo un Emo adelantado? ¿Fui un Hippie postergado en el tiempo? ¿Fui un Flogger que carecía de internet y cámara digital?”. La respuesta me golpeó como a un insecto el parabrisas de un auto en la ruta: ¡No! ¡Fui adolescente!
Desde el mi tupper, me despido con la expectativa de saber qué otra tendencia “nueva” se inventará para los próximos 10 años.
domingo, 12 de octubre de 2008
Saborear la vida
A veces la vida te regala momentos dentro de otros momentos, como las muñecas rusas. A veces son amargos con resabios de dulzura y otras al revés. Ahora es uno de esos momentos. Estando acá, siento que estoy en otro lugar o en otra circunstancia distinta a la cual me encuentro. Siento la soledad, pero no es esa soledad que abruma, que castiga, que se sufre. Se me ocurrió pensar que, a pesar de todo (incluso del sentido común) y de alguna manera, estoy saboreando la soledad. La siento; siento todo aquello que me falta, que no tengo y que deseo. Sin embargo, en este sentir, en esta bebida que degusto y desintegro en sensaciones, ideas, pensamientos y sentimientos, se entremezclan sensaciones, ideas, pensamientos y sentimientos totalmente opuestos.
Quizás esté solo y me sienta solo. Pero exactamente en la misma medida en la cual estoy solo y me siento solo, me acompaña cada sonrisa recibida, cada beso, cada te quiero dado y recibido, cada abrazo, cada caricia, cada palabra y gesto gentiles que he escuchado y recibido. Sé que la vida no es color de rosa. No todo es lindo, ni hermoso, ni romántico, ni feliz. Pero quizás el secreto esté en aprender a saborear de la misma forma las cosas buenas y las malas, las lindas y las feas.
Si muriera mañana o pasado, o el año que viene, moriría feliz. Me llevaría conmigo todos estos tesoros que guardo en mi memoria. No es que quiera conformarme con lo que soy y lo que tengo hasta aquí, pero me parece importante sentirse verdaderamente satisfechos con lo que somos y tenemos hasta ahora. Cuando dudamos, cuando titubeamos respecto al paso que vamos a dar, cuando algo nos paraliza, no necesariamente debemos echarnos atrás. A veces ese miedo que nos paraliza es lo que nos está impidiendo subir un escalón más arriba en la dulzura de la vida. Animarnos a seguir adelante, a trascender ese obstáculo es el deber de aquellos que buscamos aquél algo mejor.
Por momentos podemos creer que la vida es un trago espeso, amargo y difícil de digerir. Los humores, las rachas pueden cambiar, pero si no nos sentimos satisfechos en general con nuestra vida, deberíamos intentar mirar atrás y ver en dónde es que hemos dado el paso en falso. No hay nada que no tenga solución.
Generalmente se asocia a este tener que cambiar, a estar obligados a hacer un cambio radical, a una especie de “todo o nada”. Es cierto que la idea resulta atractiva. De alguna manera, es como convertirse “héroe de uno mismo”; pero no necesariamente todas las decisiones tomadas hasta este momento fueron las equivocadas, ni tampoco tenemos que sentir que nuestra vida anterior es desechable. Somos la suma de las experiencias vividas y de las decisiones que tomamos. Nunca voy a negar de aquel adolescente acomplejado por sus granos, por su estatura, por su timidez que fui; ni tampoco de haber pensado que la vida era demasiado difícil para mí. Soy el que fui y seré también el que soy hoy.
Superamos cosas que pensamos que no podríamos llegar a superar (dolores, sufrimientos, pérdidas, miedos etc.) y podemos hacer cosas que pensamos – hoy – que no podemos realizar. Nos cuesta la angustia, la pérdida, el sufrimiento, los miedos, el desamor, pero no nos cuesta el gozo, el encuentro, la dicha, el amor; los aceptamos sin más. Cuando aprendamos a distinguir los muchos matices que componen la vida y a aceptarlos; cuando saboreemos las amarguras y las tristezas por igual y no temamos ocultarlo, quizás ahí podremos decir que hemos vivido.
Hoy saboreé la soledad…y era dulce.
Quizás esté solo y me sienta solo. Pero exactamente en la misma medida en la cual estoy solo y me siento solo, me acompaña cada sonrisa recibida, cada beso, cada te quiero dado y recibido, cada abrazo, cada caricia, cada palabra y gesto gentiles que he escuchado y recibido. Sé que la vida no es color de rosa. No todo es lindo, ni hermoso, ni romántico, ni feliz. Pero quizás el secreto esté en aprender a saborear de la misma forma las cosas buenas y las malas, las lindas y las feas.
Si muriera mañana o pasado, o el año que viene, moriría feliz. Me llevaría conmigo todos estos tesoros que guardo en mi memoria. No es que quiera conformarme con lo que soy y lo que tengo hasta aquí, pero me parece importante sentirse verdaderamente satisfechos con lo que somos y tenemos hasta ahora. Cuando dudamos, cuando titubeamos respecto al paso que vamos a dar, cuando algo nos paraliza, no necesariamente debemos echarnos atrás. A veces ese miedo que nos paraliza es lo que nos está impidiendo subir un escalón más arriba en la dulzura de la vida. Animarnos a seguir adelante, a trascender ese obstáculo es el deber de aquellos que buscamos aquél algo mejor.
Por momentos podemos creer que la vida es un trago espeso, amargo y difícil de digerir. Los humores, las rachas pueden cambiar, pero si no nos sentimos satisfechos en general con nuestra vida, deberíamos intentar mirar atrás y ver en dónde es que hemos dado el paso en falso. No hay nada que no tenga solución.
Generalmente se asocia a este tener que cambiar, a estar obligados a hacer un cambio radical, a una especie de “todo o nada”. Es cierto que la idea resulta atractiva. De alguna manera, es como convertirse “héroe de uno mismo”; pero no necesariamente todas las decisiones tomadas hasta este momento fueron las equivocadas, ni tampoco tenemos que sentir que nuestra vida anterior es desechable. Somos la suma de las experiencias vividas y de las decisiones que tomamos. Nunca voy a negar de aquel adolescente acomplejado por sus granos, por su estatura, por su timidez que fui; ni tampoco de haber pensado que la vida era demasiado difícil para mí. Soy el que fui y seré también el que soy hoy.
Superamos cosas que pensamos que no podríamos llegar a superar (dolores, sufrimientos, pérdidas, miedos etc.) y podemos hacer cosas que pensamos – hoy – que no podemos realizar. Nos cuesta la angustia, la pérdida, el sufrimiento, los miedos, el desamor, pero no nos cuesta el gozo, el encuentro, la dicha, el amor; los aceptamos sin más. Cuando aprendamos a distinguir los muchos matices que componen la vida y a aceptarlos; cuando saboreemos las amarguras y las tristezas por igual y no temamos ocultarlo, quizás ahí podremos decir que hemos vivido.
Hoy saboreé la soledad…y era dulce.
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