A veces la vida te regala momentos dentro de otros momentos, como las muñecas rusas. A veces son amargos con resabios de dulzura y otras al revés. Ahora es uno de esos momentos. Estando acá, siento que estoy en otro lugar o en otra circunstancia distinta a la cual me encuentro. Siento la soledad, pero no es esa soledad que abruma, que castiga, que se sufre. Se me ocurrió pensar que, a pesar de todo (incluso del sentido común) y de alguna manera, estoy saboreando la soledad. La siento; siento todo aquello que me falta, que no tengo y que deseo. Sin embargo, en este sentir, en esta bebida que degusto y desintegro en sensaciones, ideas, pensamientos y sentimientos, se entremezclan sensaciones, ideas, pensamientos y sentimientos totalmente opuestos.
Quizás esté solo y me sienta solo. Pero exactamente en la misma medida en la cual estoy solo y me siento solo, me acompaña cada sonrisa recibida, cada beso, cada te quiero dado y recibido, cada abrazo, cada caricia, cada palabra y gesto gentiles que he escuchado y recibido. Sé que la vida no es color de rosa. No todo es lindo, ni hermoso, ni romántico, ni feliz. Pero quizás el secreto esté en aprender a saborear de la misma forma las cosas buenas y las malas, las lindas y las feas.
Si muriera mañana o pasado, o el año que viene, moriría feliz. Me llevaría conmigo todos estos tesoros que guardo en mi memoria. No es que quiera conformarme con lo que soy y lo que tengo hasta aquí, pero me parece importante sentirse verdaderamente satisfechos con lo que somos y tenemos hasta ahora. Cuando dudamos, cuando titubeamos respecto al paso que vamos a dar, cuando algo nos paraliza, no necesariamente debemos echarnos atrás. A veces ese miedo que nos paraliza es lo que nos está impidiendo subir un escalón más arriba en la dulzura de la vida. Animarnos a seguir adelante, a trascender ese obstáculo es el deber de aquellos que buscamos aquél algo mejor.
Por momentos podemos creer que la vida es un trago espeso, amargo y difícil de digerir. Los humores, las rachas pueden cambiar, pero si no nos sentimos satisfechos en general con nuestra vida, deberíamos intentar mirar atrás y ver en dónde es que hemos dado el paso en falso. No hay nada que no tenga solución.
Generalmente se asocia a este tener que cambiar, a estar obligados a hacer un cambio radical, a una especie de “todo o nada”. Es cierto que la idea resulta atractiva. De alguna manera, es como convertirse “héroe de uno mismo”; pero no necesariamente todas las decisiones tomadas hasta este momento fueron las equivocadas, ni tampoco tenemos que sentir que nuestra vida anterior es desechable. Somos la suma de las experiencias vividas y de las decisiones que tomamos. Nunca voy a negar de aquel adolescente acomplejado por sus granos, por su estatura, por su timidez que fui; ni tampoco de haber pensado que la vida era demasiado difícil para mí. Soy el que fui y seré también el que soy hoy.
Superamos cosas que pensamos que no podríamos llegar a superar (dolores, sufrimientos, pérdidas, miedos etc.) y podemos hacer cosas que pensamos – hoy – que no podemos realizar. Nos cuesta la angustia, la pérdida, el sufrimiento, los miedos, el desamor, pero no nos cuesta el gozo, el encuentro, la dicha, el amor; los aceptamos sin más. Cuando aprendamos a distinguir los muchos matices que componen la vida y a aceptarlos; cuando saboreemos las amarguras y las tristezas por igual y no temamos ocultarlo, quizás ahí podremos decir que hemos vivido.
Hoy saboreé la soledad…y era dulce.
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