¿Cuántas veces puedo equivocarme? ¿Cuántas veces puedo estar en el lugar equivocado en el momento adecuado? ¿Me importa? Sinceramente, no.
No puedo pasarme la vida quejándome por algo que no tengo en este momento. No puedo llorar por las cosas que me perdí…se fueron, ¡chau! No están más. Entonces, ¿para qué preocuparse? ¿Quería estar ahí, quería realmente eso que seguramente iba a obtener? No. Aunque….quizás un poquito sí…
A esta altura del día y de la vida, sé que lo que quiero es un poco más difícil de lograr, de tener. Lleva tiempo. También se vale de la casualidad, del destino, la suerte, la coincidencia, o quién sabe bien de qué cosas más. Tarda en llegar. Hace rato que espero. No es que me haya sentado esperando a que algo sucediera, a que me llegue. Salí a buscarlo. Fui por aca, fui por allá. Pasé un poco de costado. Miré de reojo, hacia atrás, por las dudas si justo, justo después de que yo había pasado, pasaba él. Pero no.
Volví sobre mis pasos. Me asomé en alguna que otra esquina, entré a un bar, a un shopping, salí a la calle, anduve en la ruta, me meti en Internet, fui al dentista, a la panadería, fui a la facultad, a hacer distintos tipos de cursos, fui a cenar y a tomar algo con amigos y amigas, viajé a provincias, a distintos países. Me corté el pelo, me tosté al sol, me volví a cortar el pelo; jugué al rugby, al volley, al Pictionary, al carrera de mente, a negocios en la gran ciudad, a la escondida, al cuarto oscuro, a verdad o consecuencia, al juego de la vida.
Literalmente, inventé nuevas maneras de acercarme, insólitas algunas. Escuché, intenté comprender, hablé - hablé mucho – escribí y pensé, también mucho. Ayudé, di mi opinión, rescaté de los naufragios (ajenos y propios) lo que pude, empujé, motivé y despaché gente hacia adentro y hacia fuera de mi vida. Y sigo pensando.
Hay profundidades que asustan: las del interior de cada uno. Mucho más, cuando es alguien de afuera el que las alcanza, como generalmente me sucede a mi. Soy un intruso, un invasor. Pero no es que haga esto adrede, simplemente es la manera en la cual evalúo y analizo mis propias cosas, mi propia vida. Y cuando entro en contacto con otra persona, generalmente, busco esas profundidades… Ése es mi problema. La mayoría de las personas no ven con agrado que bucee en ellos y menos si hace poco tiempo que las conozco.
No digo que esto me suceda con todo el mundo y con cada persona que me cruzo y crucé por la vida. Hay personas que no despiertan ni mi más mínimo interés. Y hay otras que despiertan y responden a intereses particulares.
Las frases más comunes que he escuchado a lo largo de los años son: ”No sé“, “No te quiero lastimar”, “Dejemos que las cosas fluyan”, “Me encantaría, pero no puedo”, “Perdonáme”, “Te quiero”…todas dichas de labios distintos, con algunas repeticiones. Y sí se sabe, y sí lastiman, y las cosas fluyen – como engrudo reseco al sol - , y no me animo. Mentiría si dijera que las ultimas dos frases no las sentí. Sentí cada uno de los “Perdonáme” y de los “Te quiero” que me han dicho esos labios, que alguna vez besé.
A veces la gente le teme a sus propias profundidades, sin darse cuenta de que su interior grita. Lo que pasa es que ya casi nadie lo escucha, nadie le presta verdadera atención, muchas veces ni sus propios portadores. Y este es otro de mis problemas, yo escucho, presto atención.
A mi ya no me grita, me habla. Y a veces, lo escucho.
Todos los días, miles de personas salen a la calle encerrados en su frasco de vidrio, como los barquitos, como el grano de arroz con el nombre escrito que se vende en las ferias. Y me imagino que muchas veces se preguntan cómo llegó eso ahí adentro. “¡Hey! ¡Ustedes lo pusieron ahí!”, les grito. En alguna carta, me referí a la distancia entre dos personas desconocidas como un abismo. En el caso de personas conocidas voy a poner en juego otra palabra, menos coqueta, pero más apropiada. Se me da por pensar que esa distancia sea, quizás, una zanja, un canal… dependiendo de la magnitud de la distancia en cuestión. Nosotros trazamos los límites de nuestro exclusivo territorio interior y decidimos quién pasa y quién no. Por eso molesta cuando llega un extraño con habilidades para la infiltración. Nos quedamos sin defensas efectivas, pocas cosas podemos ocultar.
A veces, cuando dos personas se enamoran, es como si se chocaran y rompiera uno el frasco del otro…y las cosas, aunque cueste creerlo…se expanden, explotan en un fuego dulce que da la sensación de ser eterno.
Yo soy un infiltrado... me meto en frascos ajenos, esperando la oportunidad de chocar, de romper mi frasco y el de alguna mujer…
Mi interior me habla y me recomienda que, por ahora, me meta en mi frasco por un tiempo…para recuperar algo de fuerzas, encontrar cierta paz, descansar un poco de emociones que ya estoy un poco cansado de repetir. Ya busqué, ya esperé, ya entendí, ya intenté, ya hablé, ya escuché….y, seguramente….lo seguiré haciendo.
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